Navegante


Un día vino Jesús… desde Nazaret de Galilea.

Porque el amor es así. Viene desde el sitio menos pensado, desde donde no esperaríamos que salga nada bueno. Nazaret, un poblacho que ni siquiera es mencionado en el Antiguo Testamento… de Galilea, tierra muy lejos de Jerusalén, donde el judío se sienta a la mesa con el pagano.

El amor, al principio, es una semilla oculta –verdaderamente oculta- en una tierra de la que no esperamos, muchas veces, que brote flor alguna. Muchas veces no sabemos que ahí está… pero ahí está.



Se hizo bautizar, Jesús, en las aguas de un río.

No era cualquier río. Era el Jordán.

Todos tenemos un río que debemos cruzar. Todos tenemos un río, como una frontera, en cuya orilla opuesta florecen los frutos de nuestros sueños que se cumplen. Todos tenemos un río que separa lo que anhelamos ser… de lo que llegamos a ser.

Cuando nos quedamos en esta orilla, por miedo a cruzar el río, nuestro sueño se queda dormido… y poco a poco se marchita, y si nos quedamos demasiado tiempo, muere.

Cuando nos hacemos a la mar… nuestro sueño brota, y florece, y nos pone alas en el alma.


En cuanto salió Jesús del agua, el cielo se rasgó; y el Espíritu bajó como una paloma, y se posó sobre él.

Porque el amor es así. Cuando crees en ti, y decides dar tu vida para hacer lo que amas, y te lanzas al agua… la frontera del cielo se rompe. Y lo hace de inmediato. Dios es impaciente cuando de amar se trata… En cuanto Dios te ve abandonar tu orilla, tu seguridad, dispuesto a darlo todo por tu sueño, la pared que te separa de la felicidad se rasga, se hace trizas, tanto que ya no puede ser restaurada. Una vez que un sueño ha despertado en tu corazón… Dios se enamora de ese sueño, y ya no habrá marcha atrás.

Entonces, como una paloma, el Espíritu de Dios hace su nido en ti.

Eso es el Espíritu de Dios…
es Dios mismo,
que habita en toda persona que se atreve a amar.


Entonces escucharás la voz de Jesús:

El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque Él me ha ungido
para dar la Buena Noticia a los pobres;
me ha enviado a anunciar
la libertad a los cautivos
y la vista a los ciegos,
a poner en libertad a los oprimidos,
a proclamar el año de gracia del Señor.

Pobres, cautivos, ciegos, oprimidos… ¡el Espíritu de Dios es la libertad! ¿Hasta cuándo vas a permanecer pobre, renunciando al rico tesoro de tu sueño por cumplir? ¿Hasta cuándo vas a permanecer cautivo de esa vieja orilla a la que estás atado? ¿Hasta cuándo vas a permanecer ciego, sin atreverte a levantar la mirada y ver lo que puedes alcanzar más allá del horizonte? ¿Hasta cuándo te vas a dejar oprimir por aquellos que te aplastan y que no quieren dejarte salir a navegar… para vivir tu vida?

Quien ama, corre y vuela… ¡enamórate por fin de esa semilla que llevas dentro del alma desde que naciste! ¡Desnúdate de esas cadenas que llevan tanto tiempo sobre ti que te has acostumbrado a su peso! Toma tu barca y hazte a la mar… ¡No tengas miedo!

Verás la tela que cubre tus ojos rasgarse y abrirse de par en par, y al horizonte extenderse frente a ti como una promesa que por fin está al alcance de tu mano.

Y verás al mismo Dios… que ha puesto su nido en ti. Y que navega contigo.


Por esto… por todo esto, eres peregrino.

O, ya que hoy hablamos de aguas, ríos y mares… puedo decirte que eres navegante.

Navegas mar adentro, en busca de ese tesoro que le da verdadero sentido a tu vida. Esos tesoros no suelen estar cerca de la orilla. Debes alejarte de esa orilla que te vio nacer… y navegar sobre aguas desconocidas. Solo allí podrás descubrir quien realmente eres.

Cerca de la orilla, ves demasiadas cosas que crees conocer bien… demasiadas cosas que no te permiten descubrir lo que hay en el horizonte.

Cuando te alejas de la orilla, es como darle espacio a la semilla para que brote. Dicho de otra manera, el único sitio donde tu sueño puede germinar y brotar… es en la palma de tu mano; y esto va a pasar solamente cuando te atrevas a extender la mano, de par en par.

Mar adentro, vas a encontrar de todo. Navegarás por el alma de muchas personas, compartiendo tus sueños con los suyos. Muchas de estas personas serán aguas apacibles, otras serán cruentas tormentas… todo ello es parte de la aventura de ser.

Y cuando hayas navegado lo suficiente –y solo Dios sabe cuánto es suficiente, confía en Él… tu sueño es como un nuevo mundo por descubrir, y ese mundo está donde está, quien debe navegar eres tú, y no puedes reducir la distancia que te separa de él… ¡no te rindas!- descubrirás que la aventura ha valido la pena. Y que lo que has encontrado… no puede siquiera compararse con lo que tenías en la vieja orilla.

Y descubrirás que, aún siendo navegante, tú mismo eres una tierra fértil y llena de riqueza y abundantes tesoros… que tus ojos se han abierto, y que puedes ver la belleza de tantas cosas que antes no percibías… que ya no eres esclavo de nadie, ni está tu alma atada a nada…

Y que valió la pena,
un buen día,
salir a navegar.



Marcos 1, 9-11.
Lucas 4, 18-19.

Pinturas:
Puente romano. Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2014.
Hoja seca en el mar. Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 1999.
Río Esla. Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2013.
Bocetos:
Río Esla. Ana Trejos. 2009.
Paloma en el tejado: Ana Trejos. 2014.
Fotografía de Ana Trejos, en algún sitio del Camino de Santiago. 2011.

Donde quiera que estés...


Era, cierta mañana, la historia de un mago, un pastor y yo, que conversábamos junto al camino.

Éramos, quizás, no una historia, sino un instante; plasmado en el lienzo, el instante de tres amigos que habían dejado tantas cosas atrás, que difícilmente recordaban lo que su vida había sido antes, o siquiera cómo habían llegado allí.

O es, quizás, este instante… tú mismo, que llegaste aquí, a leer estas líneas; y te sentaste junto al camino, y quisiste conversar; conmigo, contigo, con quien pasara por allí… o con el silencio.



Cuando estás en el camino, es muy fácil preguntarte dónde estás. Esa pregunta no es necesaria cuando estás cómodamente sentado en el sofá de tu casa… pero en los caminos, los sofás son peligrosos: pueden hacerte olvidar que eres un caminante, un peregrino. En el camino, muchas veces no estás seguro de saber dónde te han llevado tus pasos.

Esto, sin embargo, es parte de la peregrinación. Un alma que camina siempre va a llegar a sitios que no conoce; y cuando llega a estos sitios, es natural que se pregunte dónde ha llegado. La pregunta es necesaria, tanto como el hecho de haberse perdido. Más aún… muchas veces, cuando crees haberte perdido, es cuando encuentras las cosas más valiosas.

El peregrino siempre va a llegar a sitios que no conoce. Muchas veces tus pies van a sentir bajo sus pasos la textura de terrenos en los que nunca antes has estado. Y tu alma, despierta como el alma de todo caminante, se preguntará: ¿dónde estoy…?

Donde quiera que estés…
¿qué buscas?

Te hago esta pregunta, caminante, hoy que nos hemos encontrado en el camino.

¿Qué buscas? No es, en realidad, una pregunta que he inventado yo. Son, de hecho, las primeras palabras de Jesús en el evangelio de Juan. Las dirige a dos peregrinos que decidieron seguirle, pues le vieron pasar. Literalmente, el texto dice: fijando la vista en Jesús, que caminaba… Cuando estás en el camino, tarde o temprano vas a encontrarte con Jesús; pues Jesús, como cualquiera de nosotros, es también un caminante.



Hoy, peregrino, saliste a caminar… y te encontraste con Jesús.

(Estoy seguro de que si Jesús tuviese un diario,
también escribiría algo parecido a:
“Hoy salí a caminar… y me encontré contigo”).

Entonces, Jesús te preguntó:

¿Qué buscas?

Estas palabras son precisamente como pasos de Jesús en tu alma. De inmediato te hacen preguntarte:

¿Pero es que he salido a caminar… en busca de algo?



Quien camina, busca. No camina el que cree que ya lo ha encontrado todo. Quien cree que todo lo tiene, se quedará cómodamente sentado en el sofá de su vida. Quien busca, en cambio, saldrá de su casa y se pondrá a caminar… aún si no sabe que es porque busca, que camina.

¡Es tan hermosa, el alma inquieta de quien busca y camina!

*

Donde quiera que estés… hoy, que has encontrado a Jesús en el camino, te ha lanzado esa pregunta.

¿Qué buscas?

Cuando Jesús me hizo esa pregunta, detuve mis pasos y miré a mi alrededor. ¿Dónde estaba?

No recordaba cómo había llegado allí; tampoco recordaba porqué había salido, hacía tiempo, de mi casa.

Solo me acompañaban el silencio, el frío y la oscuridad.
Tuve miedo.

Pensé en el mago.
¿Hacía cuánto tiempo había dejado su tierra atrás? Había venido de oriente, desde más allá del mundo conocido, siguiendo una estrella que brillaba en medio de la noche…
¿Dónde estás, mago, ahora?

Pensé en el pastor.
¿Hace cuánto abandonaste tu rebaño, en busca de la Luz que te anunciaron los ángeles en el cielo? ¿Cuánto tiempo llevas, pastor, perdido en tu propia casa, olvidado por los tuyos, pasando las noches en vela, con frío y soledad?
¿Dónde estás, pastor… ahora?

Entonces cerré los ojos. La oscuridad de mi alma no era mayor que la que me rodeaba.

Todos estábamos perdidos. Ninguno de nosotros sabía dónde se hallaba. Yo estaba perdido, el pastor estaba perdido, el mago también había perdido su rumbo… yo no sabía dónde estaba ninguno de ellos, y sabía que a ellos les ocurría lo mismo.

Todo cuanto nos rodeaba era un mundo oscuro, lleno de senderos que parecían no llevar a ningún sitio, y ninguno de nosotros sabía hacia dónde dar el siguiente paso.

*

¿Dónde vives?

Esa es la respuesta que dieron los peregrinos a Jesús, cuando él les preguntó qué buscaban.

Responder a una pregunta con otra pregunta… ¿tiene sentido?

Creo que sí, pues ambas preguntas esconden una respuesta en su seno. Cuando Jesús nos pregunta qué buscamos, consigue hacernos ver que buscamos algo. Y, en ese dónde vives que le respondemos, sin darnos cuenta hemos echado algo de luz en nuestra búsqueda.

Pues esa palabra, dónde, dónde, dónde… ¡encierra una clave tan necesaria, para el peregrino que se ha perdido!

Donde quiera que estés…
vuélvete hacia Dios.

No importa cómo llegaste a este sitio, no importa si recuerdas cómo llegaste o no… No importa si sientes que estás lejos, o cerca, o si ni siquiera sabes de qué sitio podrías estar cerca o lejos… No importa si te has hecho daño al llegar, o si hiciste daño a otros para llegar aquí… No importa si para llegar aquí tuviste que dejar atrás a alguien que amabas… No importa si llegar aquí fue un error o no, no importa si te has arrepentido de haber llegado aquí, no importa si quisieras no haber llegado nunca… ¡No importa! Ahora estás aquí… y aquí, y ahora, es cuando te puedo decir:

Donde quiera que estés…
vuélvete hacia Dios.

Por eso es tan importante ese dónde vives que puedes lanzarle a Dios. Porque, para completar la idea… no importa dónde estés, ni cómo llegaste; sólo mira a tu alrededor, busca dónde está Dios… y ponte a caminar hacia Él.

Si consigues hacer eso, cada paso te alejará con seguridad del sitio que te hace daño, y te acercará con seguridad al sitio donde estás bien. Aún si el sitio donde crees que está Dios te parece insoportablemente lejano… no importa, pues ya vas en camino.

Y entonces, podrías preguntarte… ¿tendré que caminar mucho, para llegar a Dios?

Y te sorprenderás, cuando Dios te responda…

Yo soy el camino.



Cuando el peregrino graba en su corazón esa pregunta a Dios, ¿dónde vives?, el camino florece a sus pies. Realmente las palabras cerca y lejos pierden importancia; pues lo importante es que camina, y su rumbo es Dios, es el amor. Cada paso se convierte en un acto de amor. Cada huella es una sonrisa marcada en los labios de alguien que ha salido a su paso. El instante en que camina es un instante eterno, y pasado y futuro quedan relegados al sitio al que pertenecen… el pasado queda atrás, y el futuro permanece donde tiene que estar.

(Parece mentira, pero muchas veces vivimos con un pie en el futuro y otro en el pasado, tratando de mantener un imposible equilibrio… hasta que por fin caemos, de bruces y con dolor, en el presente, que es el único sitio con el que realmente contamos).

*

Donde quiera que estés…
vuélvete hacia Dios.
Pregúntale dónde está, y vuélvete hacia Él.
No descanses…
no descanses, peregrino, hasta que Él te responda.
Pues si no tienes hacia dónde caminar,
caminarás por siempre, pero en círculo;
y nunca llegarás a ninguna parte.
Dónde quiera que estés…
vuélvete, vuélvete hacia Dios.
Pon tu mirada fija en ese sitio
donde has visto que Dios te espera…
y ponte a caminar hacia ese sitio.
Y, mientras caminas…
descubrirás que Dios florece en tu ser,
pues Dios es el camino.

Ponte a caminar. Levántate de ese sitio, estés donde estés, por más que pienses que has quedado atrapado, que ya no hay salida, que ya no hay tiempo, que estás demasiado lejos… ¡ponte a caminar! Pon tu mirada fija en Dios, y si la mantienes fija en Él… ¡cada paso que des, será un paso certero!

¿Dónde vives?, le preguntaste. Y quizás te sorprendas, cuando descubras que Dios vive en tus sueños. Pues los sueños nacen de lo más íntimo de tu ser… y allí, en lo más íntimo de tu ser, es donde habita Dios.

Por eso… si pones la mirada fija en tu sueño, por más imposible que te parezca, y –donde quiera que estés- comienzas a caminar hacia ese sueño… estarás caminando hacia Dios, y por más tropiezos y obstáculos que aparezcan a tu paso, y por más lejos que creas estar… vivirás tu sueño.


Donde quiera que estés…
vuélvete hacia Dios,
y comienza a caminar.

Y, quizás, escuches la voz de Jesús, que te dice…

Un día salí a caminar
y caminabas tú también.
Pensé que, si habías salido a caminar,
era porque buscabas algo, igual que yo…
por eso te pregunté qué buscabas,
y te invité a caminar conmigo…
para, juntos, encontrarlo.



Juan 1, 35-39.

Pinturas:
Carballos (robles). Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2013.
Jardín en Buenavista. Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2006.
Tertulia en el Parque de la Arganzuela. Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2005.
Fotografía: Ana Trejos, en algún sitio del Camino de Santiago; 2011.
Boceto de Ana Trejos, realizado en algún sitio del Camino de Santiago; 2009.

Cómo leer este blog



La Guía del camino para magos y pastores es el fruto de un proceso complejo, parecido a un laberinto, en que varios caminos –y ninguno de ellos en línea recta- se han acercado, poco a poco, a lo que es la obra en este momento.

Hace algún tiempo nació en mi cabeza la idea de un mago y un pastor que viajaban por mundos extraños, en busca de Dios; y, en el camino, vivían aventuras en todo tipo de situaciones, más o menos relacionadas con su búsqueda espiritual. El origen de estos dos personajes es bíblico: el mago se habría separado del grupo de magos que viajan desde oriente para ver al niño nacido en Belén, y al pastor le habría pasado lo mismo respecto al grupo de pastores que viaja con el mismo fin. Los episodios están descritos por Mateo y Lucas respectivamente; me pareció muy estimulante la idea de estos dos personajes, huérfanos cada uno de su propio grupo, que se encuentran y deciden caminar juntos.

Algún tiempo después, buscando la manera de acompañar con textos el proceso de preparación de la exposición Camino de Santiago de mi madre, la pintora Ana Trejos, recordé a estos dos personajes, y decidí unir ambas cosas. De ahí surgió la idea de utilizar a estos dos peregrinos aventureros como excusa para acompañar a las pinturas, bocetos y fotografías de mi madre con textos espirituales que a la vez tuviesen relación con el acto de caminar.

Finalmente, ¿quién debía narrar las aventuras? Opté por un narrador en primera persona, que ciertamente soy yo. De esta manera he podido, semana a semana, compartir algo de las maravillosas aventuras espirituales que yo mismo he vivido a lo largo de mi vida, y sobre todo entre diciembre del 2012 y marzo del 2013 en Madrid y Barcelona, gracias a la Comunidad de las Hermanitas del Cordero. A la luz de esta bella comunidad conseguí, luego de la época más difícil de mi vida, encontrar dentro de mi alma un tesoro que desde entonces me acompaña, como ese manantial inagotable del que habla Jesús en su encuentro con la samaritana.

Como fruto de todo esto, esta obra ha sido escrita sin un plan previo, simplemente de la mano con el día a día y tomando como alimento las tres fuentes que he descrito, junto con muchas otras que aparecen en el camino. Es por eso que tiene un clarísimo aire experimental, con todas las luces y sombras que esto implica. Se puede decir que cada capítulo se relaciona con mi propia experiencia en el momento en que lo escribí, teniendo siempre como luz ese tesoro que ha despertado Dios en mi alma en España.

No es casualidad, por cierto, que los personajes del mago y el pastor estén relacionados con la Navidad; fue precisamente en Adviento del 2012 cuando llegué yo a la Capilla del Obispo, el jueves 6 de diciembre, luego de varios meses en que había perdido por completo el rumbo en mi vida… y desde esa noche, todo lo vivido allí marcó mi vida para siempre; y de estos deliciosos recuerdos, la Navidad sobresale como una estrella que brilla siempre en el firmamento, por más oscuro que este parezca. Cuando pienso –por ejemplo- en la noche del 24 de diciembre, no puedo evitar sentir una emoción que me recorre toda el alma y toda la piel.

¿Es necesario leer los capítulos de esta Guía en orden? Creo que no. Creo que es suficiente con saber quién es quién. El mago, venido de oriente, representa lo que en el capítulo “La barca de Noé” (primera parte) definí como “las afueras de Dios”, tomando prestada la expresión de un libro de Antonio Gala; el mago es todo aquello en nosotros que es extranjero… que aún nosotros mismos consideramos ajeno y marginal, pues se sale del terreno que conscientemente conocemos; todo aquello que habita en nuestro “Oriente”, es decir, más allá de nuestro mundo conocido.

El pastor, en cambio, representa también lo marginal… pero que yace en lo más íntimo del alma. En la Biblia, el pastor es la parte de la sociedad judía que no está ligado a la tierra, por tener que llevar sus rebaños de un sitio a otro; por esa razón, a pesar de vivir en el seno de la tierra de Jesús, carecía de derechos y vivía marginado por su propio pueblo. Si el mago representa lo que hay más allá del horizonte… el pastor representa todo aquello que llevamos muy adentro, pero que nos avergüenza y ocultamos de los demás y hasta de nosotros mismos.

Esta es la esencia de estos dos personajes. Vienen de dos grupos de por sí marginales, y además las circunstancias los han separado de sus propios grupos… y de esa manera peregrinan por el laberinto bíblico. La “Guía del camino para magos y pastores” propone caminos no necesariamente tradicionales para acercarnos a Jesús. El tercer personaje, el narrador, es en realidad la suma de ambos; es quien vive la aventura de acercarse a Dios, desde sus propias lejanías y sombras (mago y pastor).

Termino esta introducción con algo más sobre este tercer personaje, el narrador: como protagonista de la historia, vivirá una aventura que en muchos momentos se parecerá a la aventura de un héroe. Lo mismo que el mago y el pastor están claramente influenciados con los personajes de la “fantasía heroica” (pienso, por ejemplo, en Fafhrd y el Ratonero Gris, los dos personajes creados por el escritor Fritz Leiber que viven incontables aventuras en el mundo imaginario de Nehwon), también el narrador –aún cuando refleja mi propia vida- se nutre claramente de la influencia de este género fantástico, y de lo que se conoce como el “viaje del héroe”. Sin embargo la historia de este héroe, a diferencia de muchos otros, no consiste en salvar a nadie ni en salvarse a sí mismo… sino en ser salvado. De esto se trata la aventura espiritual, al menos como yo la he vivido en esa inolvidable Navidad en Madrid, y los meses posteriores, hasta una intensa e indescriptible Semana Santa en Barcelona. Esa es una de las grandes cosas que allí aprendí: ser santo no consiste en ser salvador… sino en ser salvado. De eso se trata, y creo que a eso se refiere Jesús cuando en la Santa Cena se acerca a lavar los pies a Pedro, y éste le dice:

-¡No me lavarás los pies jamás!

Y Jesús, entonces, le responde:

-Si no dejas que te lave, no tienes nada que ver conmigo.

Y esa será la gran aventura, el gran acto heroico de mi personaje: viajará por los mundos bíblicos no en busca de nadie a quien salvar… sino de ser salvado por el amor de Dios.

Y, ciertamente, la manera de Dios de salvarnos es el camino del amor, y muchas veces lo viviremos como amor por las personas que aparecen en ese camino y a quienes podemos echar una mano… pero nada de esto sería posible si no viviéramos antes la experiencia de ese momento en que somos levantados del suelo, del barro, y nos es devuelta la vida y el aliento… por amor.