Manifiesto peregrino


Aquí estoy.

No estuve. Ni estaré.

Aquí estoy.

No allí… ni allá.

Aquí estoy.


El peregrino salió a caminar.
Dios era el camino.

Caminó en busca de un sitio en el cual poder sembrar su jardín…
y se dio cuenta de que él es ese sitio.


Cuando el peregrino se pierde en Dios,
no necesita volver para hallar el rumbo que ha perdido;
pues Dios es el camino.


Esta pintura de mi madre muestra una carreta con su carga, esperando pacientemente en algún sitio del Camino de Santiago. Me recuerda los primeros versículos del capítulo 12 del Génesis, cuando el Señor dice a Abrahán:

Vete de tu tierra,
y de tu patria,
y de casa de tu padre,
a la tierra que yo te mostraré.
De ti haré un gran pueblo,
te bendeciré,
y engrandeceré tu nombre
que servirá de bendición.

Abrahán se marchó con todo lo que tenía… salvo esas tres cosas: su tierra, su patria y la casa de su padre.


A ti, peregrino,
que lo has dejado todo
para salir a caminar

Has escuchado la voz de Dios.
La voz que brota y crece, y florece, dentro de tu alma.
Y no has podido quedarte quieto.
Has tenido que salir.
Has tenido que marcharte.

Dejas tu tierra atrás.
Dejas atrás lo que hasta hoy has sido, en este mundo terrenal.
Dejas atrás lo que hasta hoy ha sido tu identidad, tu pequeña parcela de tierra, en la cual has cultivado –a veces con paciencia, otras con prisa- las semillas y anhelos que día a día han dado forma a lo que hoy llamas tu vida.

Dejas tu patria atrás.
Dejas atrás todo aquello que te rodea, y que año tras año te ayudó a definir tu personalidad. Dejas atrás tu contexto: todo lo que alguna vez te sirvió de apoyo para definir quién eres, hoy no te acompaña en el camino.

Dejas atrás la casa de tu padre.
Dejas atrás la herencia que te corresponde. Dejas atrás tu apellido.

Pues no puedes caminar si cargas con todo eso.
La mochila del peregrino es demasiado pesada si lleva dentro apellido y herencia, pues éstos nunca vienen solos:
con ellos viene todo lo que tu familia espera de ti.
Si llevas en tu mochila las expectativas de tus padres, llevarás también en ella las expectativas de los suyos, y de un millar de abuelos, tíos y amantes.
Por eso, el caminante no debe llevar la herencia en su mochila.
El peso lo dejaría atado al punto de partida.

También pesa la patria, en la mochila.
Si lo que te define no es tu propio ser, sino el sitio en que vives,
estarás siempre atado a ese sitio.
Deja atrás, peregrino, todo lo que tu padre, tu patria y tu pasado esperan de ti;
no tienes que dejar de amarlos, pero déjalos en su sitio,
y camina tú en busca del tuyo.

Mientras caminas, te sostiene una promesa; te sostiene la fe.
Abrahán caminó con su corazón firmemente apoyado en la promesa de Dios.
¿Cuál es tu promesa, peregrino?
¿Cuál es esa bendición que esperas de Dios,
y que hará de tu vida algo aún más grande
de lo que hasta hoy ha sido?

No debes olvidar que lo imposible no es límite para las promesas de Dios.
La promesa que Dios hizo a Abrahán era imposible.
Su esposa era estéril, y él era viejo.
Tu fe no debe sostenerse en lo que crees posible o probable…
pues entonces caminarías sin contar con otra cosa que tus propias fuerzas.
Dios no te promete algo que tú de por sí ya podrías conseguir;
para eso ya estás tú.
El oficio de Dios es lo imposible.
Lo posible, ya lo puso Él en tus manos desde que te creó.


Y cuando hayas dejado atrás tu pasado, verás que el futuro también puede ser una pesada carga en tu mochila. Por eso Dios, que un día pidió a Abrahán salir a caminar, otro día le pidió que subiera al monte y le entregara a Isaac, su hijo, el fruto de la promesa. Y la respuesta de Abrahán fue:

Aquí estoy.

Y Abrahán subió al monte, triste y confundido. Y regresó al tercer día, y su boca se llenaba de risas, y sus labios de cantares de alegría. Pues aún traía a su hijo en brazos, aún traía en brazos la promesa de Dios, pero ahora envuelta en un manto de bendición.

No camines, peregrino, atado al pasado ni al futuro.
Pasado y futuro son estacas firmemente clavadas en el suelo,
que no te dejan caminar.
Camina con los pasos de la fe, que sin necesidad de llevar el pasado a cuestas, se apoyan en las promesas que Dios te ha hecho.
Camina con los pasos de la esperanza, que sin necesidad de llevar el futuro a cuestas, se apoyan en la certeza del cumplimiento de esas promesas.
Camina con los pasos del amor, que no mira quién va delante o detrás,
sino al que va caminando contigo.

Y si el sendero parece volverse contra ti, y maltrata tus pies con pendientes, piedras y espinas, canta este salmo:

Al marchar iba llorando,
llevando la semilla…
¡Al volver vuelve cantando,
trayendo sus gavillas!

*

Ama al camino, peregrino.
Ámale con tus pies,
y no temas acariciarle con tus pasos.
Escúchale, pues el camino te hablará con su brisa
y con el canto de los pájaros.
Y con el silencio, que es maestro.

El otoño colocará a tus pies una alfombra de oro.
El invierno llenará tu mirada de la más blanca pureza.
La primavera te envolverá con una corona de flores…
y el verano será una lámpara encendida en tu ser.

Ama al camino.
Te lo aseguro…
el camino ama al peregrino.



Génesis 12, 1-2; 22, 1-19.
Salmo 126.

Dibujos: Quebrantahuesos. Ana Trejos.
Fotografías de Ana Trejos, realizadas en algún sitio del Camino de Santiago. 2011.
Boceto de Ana Trejos, realizado en algún sitio del Camino de Santiago. 2009.
Pintura: Carreta en Hontanas, Burgos. Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2012.

Dios mío, Dios mío... ¿por qué me has abandonado?


Esta es la pregunta que grita Jesús desde la cruz, poco antes de morir. Es también el grito del Salmo 22, cuyos primeros versículos dicen:

¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
Lejos estás de mi súplica, de mis gritos y gemidos.
Clamo de día, Dios mío, y no respondes,
clamo también de noche, y no encuentro descanso…

Camino por las páginas de la Biblia, y escucho estas palabras tan llenas de angustia y dolor. Están en los labios de muchísimas personas. Están también en los ojos de muchos, que no atinan a formular la queja con palabras. Está incluso este grito desconsolado en el silencio de quienes ya han olvidado que han perdido la esperanza.

Puedo alejarme de la Biblia, y regresar a mi mundo. Pero cuando has caminado mucho por los senderos bíblicos, al salir descubres que sus versículos se te han quedado prendidos a los pies, y se han venido contigo. Pues los reconoces en tu sitio: el grito del abandonado está también en los labios, en los ojos y en el silencio de mi gente.

Entonces me encierro dentro de mi habitación, donde no debería escuchar los gritos de nadie.

Y allí, a puerta cerrada, descubro que ese grito florece también, sin consuelo, dentro de mi alma.

*

Miro hacia la pared, donde cuelga esta pintura de mi madre:



Se trata del pueblo donde nació mi abuelo, en el Bierzo. Miro todos esos tejados apiñarse en medio de los árboles, y la capilla que se levanta más allá de las chimeneas, como queriendo escapar hacia el cielo. Miro esas puertas y ventanas, y pienso en todas las almas que habitan allí dentro. La pintura me habla de sus silencios, ocultos en las sombras; pero puedo escuchar el grito, pues sé que está en todo ser humano… al menos una vez en la vida o, lamentablemente, mucho más en muchísimos casos.

Y me pregunto, ¿se puede huir hacia el bosque? ¿Puede uno quitarse de encima esa sensación de abandono, como quien se quita un manto y lo deja en el suelo y corre? Y viene a mi memoria ese misterioso pasaje de dos versículos que aparece en el capítulo 14 de Marcos, inmediatamente después de que Jesús es arrestado:

Le seguía, también, un muchacho cubierto solo por una sábana.
Lo agarraron; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.

¿Puedo ser yo ese muchacho que huye desnudo, vestido solo con la pureza y la libertad?

Pero, al menos por ahora, no se me ocurre otro camino que el de la cruz, cuesta arriba. Cargando con ese madero en que son clavados los brazos de Jesús, el madero del abrazo, de la entrega amorosa e incondicional; de los brazos abiertos.

Pensando en ese camino, única vía posible para llegar a ser clavado junto a Jesús y escuchar, de sus propios labios, esas bellas palabras: Hoy estarás conmigo en el Paraíso… haré un breve recorrido por las 14 estaciones del Via Crucis. Tratando de seguir, huella a huella, los pasos de quien abrió ese camino de libertad para la humanidad.

Y mientras camino, tendré los oídos bien abiertos.

Pues aún hoy clama ese grito desde la cruz:

¡Dios mío, Dios mío! Por qué me has abandonado



Un Via Crucis para el alma


I
En el huerto de los Olivos

Nace en un jardín, entre olivos, el árbol de la cruz.

Pero nace en soledad. Cada vez que levantas la vista, descubres que todos duermen a tu alrededor; te han dejado solo.

¿Estás aún ahí, Señor? ¿Estás aún en el huerto?

¿Me quedé dormido? ¿Me pesan tanto los párpados que no soy capaz de verte…? ¿No soy capaz de reconocerte, aún cuando estás a mi lado?

Quiero abrir los ojos. Quiero despertar.

Quiero verte, a ti, que estás junto a mí, llorando en soledad.


II
Traicionado por Judas y arrestado

¿Por qué te acercas, amigo, a la hora de las tinieblas? ¿Por qué vienes a mí en medio de la noche, con antorchas y linternas?

¿Por qué, si eres mi amigo, vienes con armas? ¿Por qué tu beso es la espada más hiriente de todas?

¿Por qué caminas entre sombras?  ¿Es que no te conozco? ¿Es que no puedo saber de dónde has venido?  ¿Por qué te mueves ahora en la oscuridad?

Unos se quedan dormidos, otros se han ocultado en las sombras, donde no se distingue un beso de un puñal… ¿Estás aún en el huerto, Señor?

¿Dónde estás? ¿Adónde te llevan?


III
Condenado por el Sanedrín

Solo. Como un cordero en medio de los lobos.

¿Eres tú el Mesías?, te preguntan; ¿eres tú el Hijo de Dios?

Te he abandonado a tu suerte. Te he dejado cada vez más solo.

 ¿Cómo responderá el cordero a los lobos? ¿Se convertirá en uno de ellos?

Te he abandonado… si acaso me escuchas, si acaso estás leyendo esto, solo puedo pedirte una cosa: no te conviertas en uno de ellos.

No aprendas ahora a moverte en la oscuridad, como ellos; en la mentira y el engaño. No te quedes dormido, indiferente a lo que pasa.

Donde quiera que estés, donde quiera que hayas sido llevado… míralos de frente, y diles quién eres.


IV
Negado por Pedro

Cada vez más solo.

Quien siempre caminó contigo, y creyó en ti, ahora te mira de lejos. Trata de seguirte, pero no sabe cómo hacerlo.

También él se ha quedado solo, y tiene frío. Se ha sentado con los lobos, en torno a su hoguera. Se ha sentado con los que quieren matarte.

Donde quiera que estés, solo puedo decirte… mírale. No te olvides de él. Él no está mejor que tú. Tiene miedo, y está confundido… Él está ahora con los lobos, pero busca tu mirada con sus lágrimas.

Él no sabe hacia dónde correr. También él ha quedado abandonado a su suerte. El que prometió estar siempre a tu lado… hoy no sabe quién eres, pero necesita pasar por este momento para entender mejor que nunca quién eres. El golpe ha sido inesperado, todos los amigos se han dispersado y ninguno entiende lo que está pasando… Pero tú, que has decidido no olvidar quién eres, puedes aún mirarle a los ojos.

Él también se ha quedado solo.


V
Juzgado por Pilato

Los lobos son cada vez más. Y estás solo, en medio de ellos. Abandonado.

Y te juzgan. Pero no te juzgan con un juicio justo; estás a merced de la ley del que grita más fuerte:

Sus gritos eran cada vez más fuertes… ¡Crucifícalo!

No cedas. El mundo te juzgará con sus gritos, pues es más fácil gritar; es más fácil aullar como lobos. Si ellos estuviesen solos, no te dirían nada… pero ahora están en manada, y tú has quedado solo. Por eso te condenan sin necesidad de un juicio justo; les basta con sus gritos.

No cedas. El mundo te empuja con sus gritos, te empuja hacia un madero. ¡No cedas! Sigue siendo el cordero: sigue siendo . Delante te ti ves una cruz… pero ese no es el final del camino. Hay algo más allá… hay alguien más allá.

No cedas a los gritos… no grites tú. Quédate en silencio. Ellos prefieren el aullido y la violencia… quédate con la paz.


VI
Flagelado y coronado de espinas

Los lobos también tienen miedo.

Por eso te han puesto una corona de espinas: pues saben que eres rey. Necesitan ponerte en ridículo. Necesitan reírse de ti.

Por eso te tapan los ojos, y te golpean, y te preguntan: ¿adivina quién te pegó?... Pues saben que eres profeta. Y tienen miedo.

Necesitan reírse de ti.

Los lobos se mueven en manada. Solo sus gritos y sus burlas los hacen sentir alguien.

Hoy te han visto a ti, y ven que te sostienes en pie, solo. Y que miras a los ojos, y sabes responder con la verdad. Hoy tienen frente a sí a uno que sabe quién es.

Y tienen miedo. Ni siquiera saben realmente qué hacer. Ni siquiera se dan cuenta de que tienen miedo.

Por eso te quieren matar. Porque toda su vida han vivido esclavos de la mentira, la violencia y el odio… y han encontrado a alguien que es libre.


VII
Con la cruz a cuestas

Ahora cargas con la cruz. Es tanta tu libertad, que la cargas tú mismo. Nadie te obliga. Tú mismo has decidido no venderte a sus juegos. Tú mismo has decidido no unirte a sus gritos, a su manada. Tú mismo has decidido mirar a los ojos al que te ha dado la espalda. Tú mismo has decidido decir de frente tu nombre, y creer en quien eres, a pesar de que a tu lado todos han caído dormidos e indiferentes, o te han traicionado desde la sombra, donde nadie les ve.

Tú mismo has decidido cargar la cruz de los brazos abiertos. Es pesada, y es una promesa de dolor; pero bien vale el esfuerzo. Sin la cruz los brazos se repliegan sobre sí mismos, se olvidan de amar y aplastan el corazón. Con la cruz caminas con los brazos abiertos de par en par, y vives en libertad y en verdad.

Con la cruz a cuestas sales del palacio de los lobos. Con la cruz a cuestas los dejas atrás, con sus juegos y sus aullidos, y avanzas montaña arriba; con la cruz comienzas a crecer.


VIII
Ayudado por el cireneo a llevar la cruz

Del campo, de lejos, desde fuera, viene el que te ayuda a cargar la cruz. Pasaba por allí. Aparece cuando nadie lo espera, viene de donde nadie espera que venga.

Es forzado a ayudarte a cargar la cruz.

La cruz, con sus brazos abiertos, te empieza a mostrar un mundo nuevo; un mundo que no esperabas. De forma aún muy sutil, el Reino de Dios comienza a hacerse presente en el camino de la cruz.

Has hallado una mano amiga cuando la necesitabas; tú no la pediste, y ella no pidió ayudarte. Pero carga la cruz contigo, y hombro con hombro sale a la luz el primer brote, tímido aún, del Reino.

¿De dónde has salido, campesino, extranjero, cuando no te esperaba? Los lobos te han  echado mano, y te han puesto a la fuerza bajo el peso del madero que yo cargaba… ¡De qué manera misteriosa has conocido el Reino de Dios! ¡Cuántos pobres, abandonados y heridos, cargan con la cruz del amor sin haberla elegido! ¡Y sin haberlo pedido llegan, sin embargo, a lo alto del monte, donde florecerá la cruz, donde brotará de la herida un mundo nuevo, donde se vive en libertad!


IX
Con las mujeres de Jerusalén

Entonces, con la cruz a cuestas, escuchaste el llanto. Una gran multitud de mujeres que lloraban tu cruz.

Pero tú sabes que lo que llevas sobre tus hombros es la vida. La libertad. El madero que cargas es un mundo nuevo, donde los corderos pastan a gusto y se saben libres de la condena injusta del aullido de los lobos. El madero que cargas es un nuevo modo de vivir.

No llores, si cargas la cruz. Llora, si te aferras a lo que has dejado atrás. Llora si no has aprendido a caminar en libertad; si solo una gran multitud es capaz de guiar tus pasos. Pues te llevarán ciegamente a su destino… y nunca conseguirás llegar al tuyo.

Llora si te aferras desesperadamente al madero que ya está viejo y seco, muerto, a punto de desplomarse sobre la manada de lobos que te sostiene… mientras dejas ir el madero joven, fértil, de brazos abiertos, que te puede llevar a la libertad.


X
Crucificado

Y fuiste clavado en la cruz.

Y me pregunté entonces, nuevamente… ¿dónde estás?

Te busqué. Te busqué en todos los sitios donde, de una u otra forma, te abandoné.

Te busqué donde te dejé solo, cuando más sufrías. Donde te traicioné, oculto en la oscuridad, pensando que nadie me veía. Donde te juzgué, y me molestó que me respondieras con la verdad. Donde negué ser tu amigo. Donde preferí escuchar los aullidos de la muchedumbre, que tu voz. Donde me burlé de ti. ¡Te busqué en todos esos sitios!

Me pregunté si fui yo la pesada cruz que cargaste… ¿Viajé cómodamente montado sobre tus hombros? ¿O acaso te ayudé a cargar el madero alguna vez, sin siquiera conocerte? ¿O lloré tu cruz, incapaz de cargar yo con la mía?

Y miro a todos lados, y no consigo hallarte. ¿Dónde estás? Despreciado, abandonado, evitado por todos… ¿dónde has sido clavado?

Donde quiera que estés… ¡si yo pudiera escapar de esta manada de lobos, y dejar de pensar como ellos! ¡Si yo pudiera dejar de ser parte de esta muchedumbre que aúlla día y noche, y pudiese huir desnudo como aquel muchacho y correr en tu busca!

Por eso cierro los ojos, y trato de escuchar con atención las palabras que viajan a lomos del viento… ¿dónde clama ese grito del abandonado? ¿Dónde estás, esperando mi llamada, o siquiera mi mirada? ¿Dónde estás, clamando a Dios que me acuerde de ti? ¿En cuál cruz has sido clavado y abandonado? ¿Acaso has sido clavado en la cama de un hospital, o en una prisión maloliente, o en el último pupitre del aula? ¿O estás en tu habitación, llorando en silencio, en soledad, esperando sin siquiera saber qué esperar?

¿O acaso estás a mi lado… y no he sabido reconocer el brillo en tus ojos, de las lágrimas que no se atreven a salir a tus mejillas?


XI
Prometes tu Reino al buen ladrón

Donde quiera que estés… si estás en una cruz…

…mira a tu alrededor. ¿Ves alguien clavado en una cruz, como tú?

No importa la razón por la cual esa persona haya sido clavada allí. No lo juzgues; para eso están los lobos, que juzgan según los aullidos de la manada. Puede que esa persona te parezca un ladrón, un bandido, un malhechor… no importa. Está sufriendo, como tú.

Toma la mano de esa persona. Apriétala con fuerza, y con amor, y cierra los ojos y dile en silencio a Dios, que está muriendo dentro de esa persona:

Acuérdate de mí, cuando vengas con tu Reino.

Y Dios te responderá:

Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.

Ahora, deja que ese breve diálogo llene todo tu ser. Deja que cada palabra corra por tus venas…

Y abre tus ojos, y mira los labios del que sufre; y escucha como, en un débil susurro, te dicen al oído:

Acuérdate de mí

Y escucha a Jesús, que te dice:

Hoy

¿Puedes?

¿Puedes acordarte de mí… hoy?


XII
En la cruz, tu madre y el discípulo

Ahora mira con atención, desde la cruz.

¿A quién ves?

Junto a la cruz espera el amor.

A veces parece una madre. A veces parece un hijo.

Es una madre que ha quedado sola. Una espada de tristeza ha atravesado su corazón.

El discípulo también ha quedado solo. Es el discípulo amado. El discípulo que ama.

Amar es una locura. Sus amigos de dispersaron, asustados, cuando los lobos vinieron en la oscuridad. Él quedó solo.

Pero decidió no dejar de amar. Por eso está ahí, junto a la cruz.

Quien ama, siempre está cerca de una cruz.

Como la madre. También decidió nunca dejar de amar. Por eso está ahí, junto a la cruz.

Una madre siempre está cerca de una cruz.

Pero la cruz es un madero que florece…

Dile a ella, desde tu cruz:

Mujer, ahí tienes a tu hijo.

Y a él dile, desde tu cruz:

Ahí tienes a tu madre.

Y verás, entonces, cómo los brazos abiertos de la cruz son contagiosos.

Verás cómo, junto a la cruz, junto a la entrega incondicional, nace un nuevo mundo. Una nueva humanidad, que no se comporta como una manada de lobos; una verdadera comunidad, donde la voz de cada uno es la que vale; donde no necesito reírme de ti, donde tus lágrimas me importan y me mantienen despierto, donde somos amigos y hermanos a la luz del día, donde sé decir con firmeza quién soy.

Donde quiera que estés… si estás leyendo esto, y ya no soportas estar clavado en la cruz… o si ni siquiera has llegado a este punto, y aún cargas tu cruz cuesta arriba… hermana, hermano, papá, mamá, hija, hijo mío, no te rindas, la cruz no es el final del camino.


XIII
Mueres en la cruz

¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?

No tengas miedo. ¿Sientes ese abandono? ¿Te sientes abandonado por Dios y por todos?  ¿Ya no podrías estar más solo?

Quizás este es el momento en que Dios está más cerca de ti. Cargaste con el madero, subiste a la montaña, derramaste toda tu sangre en la cruz… Llegaste hasta aquí con los brazos abiertos, ahora ¡déjate abrazar!

Y reclinando la cabeza, entregó el Espíritu…

Entrégalo todo. Reclina la cabeza, como un niño que reclina la suya y se queda dormido, irremediablemente dormido… Quédate dormido en Dios, pues Él necesitaba que llegaras hasta aquí, y ahora quiere tomarte en brazos para darte un nuevo corazón que florecerá como –te aseguro- NUNCA imaginaste… ¡Quédate dormido en Dios!


XIV
Puesto en el sepulcro

En el lugar donde había sido crucificado había un huerto y en él un sepulcro nuevo, en el que nadie había sido sepultado.

Un huerto, un huerto… ¿no comenzó todo esto, en un huerto?

¿No comenzó, de hecho, toda la Creación, con un huerto...?

Si la semilla que cae en la tierra no muere, queda sola;
pero si muere, da mucho fruto.
El que se aferra a la vida la pierde;
el que desprecia la vida en este mundo
la conserva para una vida eterna.


No sé cómo llegaste hasta aquí… si en el momento del trago más amargo todos te abandonaron, o si fuiste traicionado por la persona que amas… si fuiste condenado por decir la verdad, por ser tú, y tus amigos no entendieron lo que hacías y te dieron la espalda… si fuiste arrojado a merced de los gritos de la multitud, o si fuiste burlado y ridiculizado por ser quien eres… si llegaste hasta aquí cargando tu propia cruz, o llegaste cargando la cruz de otra persona, que no era para ti y no deberías haber cargado… no importa. Lo que importa es que llegaste hasta aquí.

Dios no te habría permitido llegar hasta aquí, si no tuviera algo para ti.

El camino ha sido doloroso, cierto; pero nunca olvides lo que dice el salmo 126:

Al ir iba llorando,
llevando la semilla;
al volver vuelve cantando
trayendo sus gavillas.

Quizás llegaste hasta aquí porque estabas solo; aún entre la gente que te rodeaba.

Quizás necesitas seguir cerca de la gente que te rodea, pero necesitas purificarte; purificar tu relación con ellos, y tener con ellos mismos una nueva relación.

O, quizás,  llegaste hasta aquí porque una parte de ti necesitaba morir… para germinar en la tierra, y dar fruto.

Y florecer, más allá del miedo y del frío de la noche; levantarte del suelo, levantarte hacia lo alto del cielo, y desplegar tus ramas como brazos abiertos, en libertad, y compartir con la Creación el perfume de tu Espíritu.

Donde quiera que estés.



Marcos 15, 34. Salmo 22.
Marcos 14, 51-52.
Juan 12, 24-25.

Pinturas:
Macarena. Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 1963.
Baltuille de Arriba. Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 1994.
Girasoles. Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2013.

Boceto de Ana Trejos, realizado en algún sitio del Camino de Santiago, 2009.