Donde quiera que estés...


Era, cierta mañana, la historia de un mago, un pastor y yo, que conversábamos junto al camino.

Éramos, quizás, no una historia, sino un instante; plasmado en el lienzo, el instante de tres amigos que habían dejado tantas cosas atrás, que difícilmente recordaban lo que su vida había sido antes, o siquiera cómo habían llegado allí.

O es, quizás, este instante… tú mismo, que llegaste aquí, a leer estas líneas; y te sentaste junto al camino, y quisiste conversar; conmigo, contigo, con quien pasara por allí… o con el silencio.



Cuando estás en el camino, es muy fácil preguntarte dónde estás. Esa pregunta no es necesaria cuando estás cómodamente sentado en el sofá de tu casa… pero en los caminos, los sofás son peligrosos: pueden hacerte olvidar que eres un caminante, un peregrino. En el camino, muchas veces no estás seguro de saber dónde te han llevado tus pasos.

Esto, sin embargo, es parte de la peregrinación. Un alma que camina siempre va a llegar a sitios que no conoce; y cuando llega a estos sitios, es natural que se pregunte dónde ha llegado. La pregunta es necesaria, tanto como el hecho de haberse perdido. Más aún… muchas veces, cuando crees haberte perdido, es cuando encuentras las cosas más valiosas.

El peregrino siempre va a llegar a sitios que no conoce. Muchas veces tus pies van a sentir bajo sus pasos la textura de terrenos en los que nunca antes has estado. Y tu alma, despierta como el alma de todo caminante, se preguntará: ¿dónde estoy…?

Donde quiera que estés…
¿qué buscas?

Te hago esta pregunta, caminante, hoy que nos hemos encontrado en el camino.

¿Qué buscas? No es, en realidad, una pregunta que he inventado yo. Son, de hecho, las primeras palabras de Jesús en el evangelio de Juan. Las dirige a dos peregrinos que decidieron seguirle, pues le vieron pasar. Literalmente, el texto dice: fijando la vista en Jesús, que caminaba… Cuando estás en el camino, tarde o temprano vas a encontrarte con Jesús; pues Jesús, como cualquiera de nosotros, es también un caminante.



Hoy, peregrino, saliste a caminar… y te encontraste con Jesús.

(Estoy seguro de que si Jesús tuviese un diario,
también escribiría algo parecido a:
“Hoy salí a caminar… y me encontré contigo”).

Entonces, Jesús te preguntó:

¿Qué buscas?

Estas palabras son precisamente como pasos de Jesús en tu alma. De inmediato te hacen preguntarte:

¿Pero es que he salido a caminar… en busca de algo?



Quien camina, busca. No camina el que cree que ya lo ha encontrado todo. Quien cree que todo lo tiene, se quedará cómodamente sentado en el sofá de su vida. Quien busca, en cambio, saldrá de su casa y se pondrá a caminar… aún si no sabe que es porque busca, que camina.

¡Es tan hermosa, el alma inquieta de quien busca y camina!

*

Donde quiera que estés… hoy, que has encontrado a Jesús en el camino, te ha lanzado esa pregunta.

¿Qué buscas?

Cuando Jesús me hizo esa pregunta, detuve mis pasos y miré a mi alrededor. ¿Dónde estaba?

No recordaba cómo había llegado allí; tampoco recordaba porqué había salido, hacía tiempo, de mi casa.

Solo me acompañaban el silencio, el frío y la oscuridad.
Tuve miedo.

Pensé en el mago.
¿Hacía cuánto tiempo había dejado su tierra atrás? Había venido de oriente, desde más allá del mundo conocido, siguiendo una estrella que brillaba en medio de la noche…
¿Dónde estás, mago, ahora?

Pensé en el pastor.
¿Hace cuánto abandonaste tu rebaño, en busca de la Luz que te anunciaron los ángeles en el cielo? ¿Cuánto tiempo llevas, pastor, perdido en tu propia casa, olvidado por los tuyos, pasando las noches en vela, con frío y soledad?
¿Dónde estás, pastor… ahora?

Entonces cerré los ojos. La oscuridad de mi alma no era mayor que la que me rodeaba.

Todos estábamos perdidos. Ninguno de nosotros sabía dónde se hallaba. Yo estaba perdido, el pastor estaba perdido, el mago también había perdido su rumbo… yo no sabía dónde estaba ninguno de ellos, y sabía que a ellos les ocurría lo mismo.

Todo cuanto nos rodeaba era un mundo oscuro, lleno de senderos que parecían no llevar a ningún sitio, y ninguno de nosotros sabía hacia dónde dar el siguiente paso.

*

¿Dónde vives?

Esa es la respuesta que dieron los peregrinos a Jesús, cuando él les preguntó qué buscaban.

Responder a una pregunta con otra pregunta… ¿tiene sentido?

Creo que sí, pues ambas preguntas esconden una respuesta en su seno. Cuando Jesús nos pregunta qué buscamos, consigue hacernos ver que buscamos algo. Y, en ese dónde vives que le respondemos, sin darnos cuenta hemos echado algo de luz en nuestra búsqueda.

Pues esa palabra, dónde, dónde, dónde… ¡encierra una clave tan necesaria, para el peregrino que se ha perdido!

Donde quiera que estés…
vuélvete hacia Dios.

No importa cómo llegaste a este sitio, no importa si recuerdas cómo llegaste o no… No importa si sientes que estás lejos, o cerca, o si ni siquiera sabes de qué sitio podrías estar cerca o lejos… No importa si te has hecho daño al llegar, o si hiciste daño a otros para llegar aquí… No importa si para llegar aquí tuviste que dejar atrás a alguien que amabas… No importa si llegar aquí fue un error o no, no importa si te has arrepentido de haber llegado aquí, no importa si quisieras no haber llegado nunca… ¡No importa! Ahora estás aquí… y aquí, y ahora, es cuando te puedo decir:

Donde quiera que estés…
vuélvete hacia Dios.

Por eso es tan importante ese dónde vives que puedes lanzarle a Dios. Porque, para completar la idea… no importa dónde estés, ni cómo llegaste; sólo mira a tu alrededor, busca dónde está Dios… y ponte a caminar hacia Él.

Si consigues hacer eso, cada paso te alejará con seguridad del sitio que te hace daño, y te acercará con seguridad al sitio donde estás bien. Aún si el sitio donde crees que está Dios te parece insoportablemente lejano… no importa, pues ya vas en camino.

Y entonces, podrías preguntarte… ¿tendré que caminar mucho, para llegar a Dios?

Y te sorprenderás, cuando Dios te responda…

Yo soy el camino.



Cuando el peregrino graba en su corazón esa pregunta a Dios, ¿dónde vives?, el camino florece a sus pies. Realmente las palabras cerca y lejos pierden importancia; pues lo importante es que camina, y su rumbo es Dios, es el amor. Cada paso se convierte en un acto de amor. Cada huella es una sonrisa marcada en los labios de alguien que ha salido a su paso. El instante en que camina es un instante eterno, y pasado y futuro quedan relegados al sitio al que pertenecen… el pasado queda atrás, y el futuro permanece donde tiene que estar.

(Parece mentira, pero muchas veces vivimos con un pie en el futuro y otro en el pasado, tratando de mantener un imposible equilibrio… hasta que por fin caemos, de bruces y con dolor, en el presente, que es el único sitio con el que realmente contamos).

*

Donde quiera que estés…
vuélvete hacia Dios.
Pregúntale dónde está, y vuélvete hacia Él.
No descanses…
no descanses, peregrino, hasta que Él te responda.
Pues si no tienes hacia dónde caminar,
caminarás por siempre, pero en círculo;
y nunca llegarás a ninguna parte.
Dónde quiera que estés…
vuélvete, vuélvete hacia Dios.
Pon tu mirada fija en ese sitio
donde has visto que Dios te espera…
y ponte a caminar hacia ese sitio.
Y, mientras caminas…
descubrirás que Dios florece en tu ser,
pues Dios es el camino.

Ponte a caminar. Levántate de ese sitio, estés donde estés, por más que pienses que has quedado atrapado, que ya no hay salida, que ya no hay tiempo, que estás demasiado lejos… ¡ponte a caminar! Pon tu mirada fija en Dios, y si la mantienes fija en Él… ¡cada paso que des, será un paso certero!

¿Dónde vives?, le preguntaste. Y quizás te sorprendas, cuando descubras que Dios vive en tus sueños. Pues los sueños nacen de lo más íntimo de tu ser… y allí, en lo más íntimo de tu ser, es donde habita Dios.

Por eso… si pones la mirada fija en tu sueño, por más imposible que te parezca, y –donde quiera que estés- comienzas a caminar hacia ese sueño… estarás caminando hacia Dios, y por más tropiezos y obstáculos que aparezcan a tu paso, y por más lejos que creas estar… vivirás tu sueño.


Donde quiera que estés…
vuélvete hacia Dios,
y comienza a caminar.

Y, quizás, escuches la voz de Jesús, que te dice…

Un día salí a caminar
y caminabas tú también.
Pensé que, si habías salido a caminar,
era porque buscabas algo, igual que yo…
por eso te pregunté qué buscabas,
y te invité a caminar conmigo…
para, juntos, encontrarlo.



Juan 1, 35-39.

Pinturas:
Carballos (robles). Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2013.
Jardín en Buenavista. Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2006.
Tertulia en el Parque de la Arganzuela. Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2005.
Fotografía: Ana Trejos, en algún sitio del Camino de Santiago; 2011.
Boceto de Ana Trejos, realizado en algún sitio del Camino de Santiago; 2009.

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