-¿De qué tamaño es tu Dios…?
–me preguntó
el pastor, cierta noche,
mientras descansábamos junto al fuego en un
albergue en el camino.
Le
miré. Le dije, con mi silencio, que no entendía su pregunta.
El
mago se hallaba en el otro extremo de la sala, sentado en una silla junto a la
ventana abierta. La brisa nocturna acariciaba su rostro. Miraba hacia las
estrellas, como si no pudiese hallar algo que buscaba en ellas.
Había
tres o cuatro personas más en el albergue. Veníamos todos de sitios distintos;
habíamos venido solos, cada uno de nosotros.
Pero
esta noche no estábamos solos. Habíamos compartido la cena juntos, y ahora,
aunque cada cual descansaba según su necesidad, se sentía en el aire que
estábamos todos a gusto en la sala.
Tampoco
habíamos estado solos en el camino. Solos habíamos comenzado, cierto; pero
conforme se sucedían las jornadas, aún cuando caminábamos en soledad, con cada
amanecer sentíamos que nuestro corazón iba derribando poco a poco los muros y
las fronteras, y se iba haciendo a la idea de que el camino está hecho con los pasos
de todos nosotros. Cada paso que das, de alguna manera, construye el camino; y
cada paso que da tu hermano, donde quiera que esté, construye también el
camino. Tu camino.
Más
tarde, cuando ya el cansancio había llevado a la cama a la mayoría de los que
estábamos en la sala, quedamos junto al fuego del hogar solamente el mago, el
pastor y yo.
El
pastor hizo nuevamente la pregunta; esta vez, se lo preguntaba a sí mismo.
¿De
qué tamaño es mi Dios…?
Y
como las llamas del fuego, la pregunta nos fue consumiendo por dentro. Incluso
el mago, tan acostumbrado a buscar las respuestas en el firmamento nocturno, se
puso a buscar en las sombras misteriosas de su alma.
Mi
Dios.
Mi Dios.
Una
vez me dijiste que cuando ore, lo haga de esta manera:
Padre
Nuestro…
Y
durante muchos años lo hice así. Y mucho tiempo después, un día como tantos,
mientras oraba, sentí que esa palabra, nuestro, me acarició el alma y el
corazón con una dulzura como pocas veces he sentido. Como solo contigo he sentido.
Y desde entonces, a menudo me pregunto:
¿De qué
tamaño es mi Dios?
Y
recuerdo tus palabras, cuando dijiste:
Amen
a sus enemigos, oren por quienes los persiguen.
Así
serán hijos de su Padre del cielo,
que
hace salir su sol sobre malos y buenos
y
hace llover sobre justos e injustos.
Entonces
entendí que es cierto eso que dicen, Dios
es grande… pero, ¿qué tan grande le permito yo ser en mi vida?
¿Qué
tan grande te permito ser,
mi
Señor,
en
mi vida…?
Pues
cada enemigo que he decidido no amar, es una frontera que he construido en mi alma.
Y cuanto más he decidido odiar a esa persona… más estrecha es la cárcel que le
he construido a mi Dios.
Ama a tu enemigo,
ora por quien te persigue…
así
serás hijo
de tu Padre del cielo.
Dios
no es mío, ni tuyo; es nuestro. Pues Dios es amor, y no existe nada en las afueras del amor.
Por eso, cuando quieras levantar la vista y mirar hacia el horizonte, cuando
quieras escudriñar hacia lo más lejos y saber dónde has puesto tu límite a Dios…
allá en la lejanía, donde has colocado a la persona que más odias, a ese que
llamas enemigo, justo allí es donde
has construido esa frontera.
Ama a tu enemigo, y así serás
llamado hijo del Padre del cielo.
No hay otro camino. La única manera de tener un Padre en el cielo, es aceptar
que es Padre de todos. De tu enemigo
también. Por más que quieras odiarle, es tu hermano, pues el Padre que le ha
creado, y que hace llover y salir el sol sobre él, es el mismo.
Entonces,
te lanzo la misma pregunta que me he hecho yo:
¿De
qué tamaño es tu Dios?
Dios
es Dios, es cierto… pero para ti,
Dios es tan grande como se lo permites. ¿De qué tamaño le has permitido ser?
Abre
las puertas. Abre la puerta a todo enemigo que hayas construido, con culpa o
sin ella. Toma la decisión de amar a todos, más allá de si lo merecen o no. El
odio que puedes sentir por una persona, no es otra cosa que una cárcel en la
que tú mismo estás encerrado. ¡Abre las puertas!
Dios es tan grande como se lo permites ser.
Allí donde está esa persona que has decidido no
amar…
allí, justo
allí, has puesto un límite al amor de Dios.
¡Derriba esa frontera!
El amor del Padre… sólo es amor,
cuando es amor por todos sus hijos.
Cuando es amor nuestro.
Cuando
desperté, ni el mago ni el pastor estaban ya en el albergue. Ambos se habían
marchado antes de salir el sol.
Un
rato después, en el camino, pensé en el mago.
No
solo el enemigo es una frontera. También lo es el mago, es decir, todas
aquellas personas a quienes he dejado por fuera, a quienes rechazo por su
origen o sus costumbres tan ajenas a las mías.
Pensé
también en el pastor.
También
el pastor puede ser una frontera en mi alma… todas aquellas personas que están
junto a mí, quizás incluso en mi propia casa, a quienes he decidido rechazar
por tener una forma de caminar distinta de la mía.
Creo
que esa palabra, Nuestro, que aparece en el versículo 9 del capítulo 6 de Mateo,
lo encierra todo.
Es nuestro el Padre,
si permitimos a esa palabra toda su dimensión;
si no le construimos fronteras.
Si entendemos que esa palabra va más allá del
enemigo,
del que busca a Dios en sitios donde jamás lo
buscaríamos
–como el
mago, que lo busca en las estrellas-,
del que aún en nuestra propia casa
vive de una manera que nos puede parecer
abominable
–como el
pastor,
tan marginal dentro del mismo seno de la tierra
que vio nacer a Jesús-.
Es nuestro el Padre,
si permitimos que esa palabra, nuestro,
se pierda en el horizonte,
si la
dejamos ir,
si dejamos a Dios ser Dios y le permitimos ser lo que es,
Amor,
y serlo para todos,
pues solo
así puede ser el amor.
Es nuestro el Padre…
si entendemos que no hay Padre sin hijos,
que si aparto a mi hermano dejo yo de ser
hermano,
y dejo entonces de ser hijo,
y me quedaría sin el Padre…
pues no
hay Padre sin Nuestro.
Por
eso, cuando Jesús nació…
hasta
el más lejano de los magos,
y
hasta el más despreciable de los pastores,
se
pusieron en camino hacia la cueva de Belén.
Pues
había nacido Dios…
y
así de grande es el nuestro de nuestro Dios.
Esta es la gran pregunta que te hago hoy,
quien quiera que pienses que soy…
¿tengo un sitio yo
dentro de tu
Dios?
Mateo 5, 44-45.
Pinturas:
Santiago
de Compostela.
Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2014.
Campo
del Moro.
Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2010.
Campo
manchego.
Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2005.
Bocetos de Ana Trejos, en algún
sitio del Camino de Santiago. 2009.
Fotografías de Ana Trejos, en
algún sitio del Camino de Santiago. 2011.
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