En lo oculto


Aquí termina lo que considero la primera parte de esta obra: desde “Magos y pastores en el laberinto”, que introduce la idea del mago y el pastor que viajan al Belén que ha visto nacer al Salvador, hasta “Mira que estoy a la puerta y llamo”, capítulo en que termino de redondear mi invitación a caminar por las páginas de la Biblia como peregrinos.
A partir de ahora entro en lo que parece ser una segunda etapa de este camino. Esta obra no obedece a un plan previo; la escribo sobre la marcha, tratando yo mismo de sentirme un peregrino por los pasajes bíblicos, y yo mismo me sorprendo de los sitios a los que me va llevando. En este momento el mago y el pastor abandonan la idea de llegar a la cueva de Belén; se dan cuenta de que su encuentro con Jesús los llevará más lejos del pesebre, incluso más allá de la cruz. En el texto bíblico los magos “regresaron a su tierra por otro camino” (Mateo 2, 12), y los pastores regresan también a sus rebaños, “glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto” (Lucas 2, 20). Pero nuestro mago y nuestro pastor, que se han separado de sus respectivos grupos, tendrán que encontrarse con Dios de otras muchas maneras.
De este modo queda esta primera parte como introducción que marca el tono que tendrá este proyecto. A partir de ahora llevaré al mago y al pastor por un camino que yo como autor caminaré también: el de la Cuaresma. Durante los próximos 40 días trataré de entrar en el desierto, y espero que los textos sean fruto de mi experiencia allí. Algunas veces escribiré sobre las lecturas bíblicas que propone la liturgia; sin embargo, trataré de no verlas como un itinerario rígido. En el desierto no hay caminos sino, como decía Machado, “se hace camino al andar”; y las huellas se borran en la arena, una vez han sido marcadas. Ni huellas ni caminos… en el desierto no hay pasado, ni hay futuro. Sólo hay el andar, en la soledad y el silencio del ser, en busca del alma que habita en Dios, y del Dios que habita en el alma.
Cómo serán los capítulos siguientes, y qué vendrá después, no tengo la menor idea. Por lo pronto me basta con saber hacia dónde dar el siguiente paso. Yo mismo percibo en mi alma un aire de conversión, como si (igual que mis personajes, el mago y el pastor) de pronto hubiese sentido la necesidad de dar un giro, y encaminarme en una nueva dirección. Que sea lo que el Espíritu Santo quiera, y esto lo digo con toda sinceridad y con un profundo amén. Que sepa realmente escuchar la voz de Dios, y que sea esa voz la que quede escrita en estas páginas.




En lo oculto

Quise entrar en lo oculto. Pues escuché tu voz, cuando me decías:

Entra en tu habitación, cierra la puerta y habla a tu Padre, que ve en lo oculto.

Entré, y todo estaba oscuro. Cuando estaba afuera, todo estaba lleno de luz… Mi esperanza es hallarte, aquí en lo oculto, pues sé que tienes luz propia; eres la luz. Afuera, en las calles, todo está lleno de luz… pero no es luz propia, es solo un reflejo. Yo te quiero hallar a Ti.

Aunque todo estaba oscuro, caminé. Pronto me di cuenta de que debía quitarme las sandalias; donde mis ojos no podían ver, mis pies podían sentir. Al principio, cuando entré en lo oculto de mi ser, no sabía dónde estaba; desde que me quité las sandalias, aún cuando todo estaba oscuro supe que caminaba sobre arena. No siempre se ve con los ojos.

Así fue como entré en lo oculto.

Cuando se entra en lo secreto del alma, se tarda un rato en acostumbrarse a la oscuridad. Se tarda un rato en aprender a desconfiar de los ojos, y a confiar en los pies, en el tacto de los dedos, a reconocer las cosas por su perfume… se tarda un rato en acostumbrarse a escuchar el silencio, y entender que el silencio es como un canto. Y que tiene un mensaje.

Se tarda un rato. Por eso quise huir, quise regresar al ruido de las calles. Sentí miedo. Entro en lo oculto de mi ser, donde quiero encontrarme contigo, y todo está oscuro, y no entiendo ni dónde estoy ni quién soy… ¿debo permanecer aquí dentro durante 40 días con sus noches? ¿Cómo hacerlo, si ni siquiera puedo distinguir esas noches de sus días? ¿No es esto una sola noche, única y eterna…?

Entonces me senté en la arena, encogí mis piernas y las abracé, y apoyé mi rostro sobre las rodillas. Cerré los ojos; después de todo, de nada me servían en la oscuridad. Dejé que mi silencio se mezclara con el silencio de lo oculto. Dejé que mis dudas se mezclaran con las sombras, y que el frío de mi alma se mezclara con el frío del desierto. Dejé que mi noche y la noche fueran una sola… y entonces empecé a sentir la paz de lo oculto.

Quiero permanecer. Durante esta noche de 40 noches sin sus días quiero permanecer, quiero quedarme contigo. Pues confío en tus palabras, cuando me dijiste:

Entra en tu habitación, cierra la puerta y habla a tu Padre, que ve en lo oculto.



Mateo 6, 6.

Fotografías: Ana Trejos, en algún sitio del Camino de Santiago; 2011.

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