I
Mi
nombre es Adán.
Mi
nombre es el nombre de todos los hombres. Pues Adán no es el nombre de uno; es
el nombre de todos, es el nombre de toda la humanidad.
Mi
nombre es Eva. Es el nombre de todas las mujeres, y de todos los varones
capaces de dar vida. Eva es el nombre de la vida. Eva es el nombre de Adán
cuando es capaz de dar vida.
II
Mi
nombre es âdam.
Es
el nombre de la tierra. Âdam es el
nombre que ha sido engendrado por adâmah. Es el nombre de la tierra,
del barro, del que Dios ha moldeado la vida.
Yo
soy la tierra.
Mi
nombre es adamá.
III
Yo
soy la tierra.
Cuando
yo no existía, la tierra estaba desierta. No había aún matorrales, ni brotaba
hierba en el campo, ni caía la lluvia del cielo.
Yo
soy la hierba que Dios moldeó del barro. Yo soy la vida que Dios hizo brotar de
las arenas del desierto.
Mi
nombre es vida.
IV
Yo
soy la obra de tus manos. Yo soy la tierra que tomaste del suelo, para darle la
forma que había en la poesía de tu espíritu.
Yo
soy la poesía que hiciste brotar de las palabras; la canción que hiciste brotar
del ruido; la pintura que hiciste brotar del muro; yo soy la vida que
levantaste del suelo.
Mi
nombre es adâmah.
V
Mi
nombre es tierra. Mi nombre es barro. Es polvo y humedad, es esperanza, es vida.
Con tus manos me separaste del suelo y me diste el ser.
Yo
soy la tierra a la que diste forma. Lo que soy vino de la serena imaginación de
tus manos. Entonces acercaste mi rostro al tuyo, sosteniendo con cuidado mi
cabeza; acercaste tus labios a mi nariz, e insuflaste en mi pecho mi primer
aliento. Tu espíritu abandonó tu pecho, para hacer del mío su morada; mi
corazón despertó al sentir tu presencia, al sentir el aliento de tu espíritu;
mi sangre, con ese color rojizo que tiene la tierra de la que me moldeaste,
echó a correr por todo mi cuerpo y dibujó la vida por debajo de toda mi piel.
Mis ojos se iluminaron con la luz de tu mirada.
Así
me hiciste del barro, y me diste la vida. Mi nombre es vida.
Mi
nombre es barro.
VI
Hiciste
brotar de la tierra los árboles más hermosos.
Mi
nombre es tierra. De mi tierra tienes el arte de hacer brotar un jardín. Tu
nombre es vida. Tornas el barro en
belleza.
El
árbol se preguntó: ¿qué hago yo aquí, en soledad…?
Por
eso hiciste brotar el fruto del árbol. Y en el fruto escondiste la semilla. Por
eso enviaste el ave del cielo, que tomó el fruto y dejó caer la semilla en su
vuelo. La semilla cayó junto al árbol, y de la tierra brotó otro árbol. Cada
fruto era un árbol que volaba por el cielo en el pico de un ave, y cada semilla
que caía del cielo era como una lluvia de frutos que hacía brotar la vida por
doquier. Creaste un jardín para mí.
Me
hiciste del barro, y me diste un jardín. Tu nombre es amor.
VII
Cuando
estuve solo, me hiciste caer en un sueño profundo; cuando desperté, ya no
estaba solo.
Por
eso sé que a veces, cuando estoy dormido, cuando no me percato de lo que haces
y no te distraigo con mis preguntas, es cuando más le das forma y aliento a mi
barro.
Mi
nombre es tierra, tu nombre es vida.
VIII
Mi
nombre es adâmah… Mi nombre es tierra.
Un
día decidí no escucharte más. Ese día preferí escuchar la voz que se arrastra
por la tierra.
La
voz que se desliza a ras del suelo, no tiene nada que decir. Por eso está a ras
del suelo. Sus palabras no son como la hierba que brota feliz del campo; sus
palabras son como las piedras, que sin vida se hunden en el campo. Pero un día
preferí escucharla, y ese día no quise escucharte más.
Cuando
desperté, estaba solo.
IX
Mi
nombre es desierto… Es el nombre que
tomé del suelo, cuando el fruto de los árboles se había secado y los árboles
habían caído y habían vuelto al barro.
Entonces,
mientras caminaba, recordé las palabras del profeta:
¿Dónde está el Señor,
que nos hizo subir de la tierra
de Egipto,
y nos condujo por el desierto,
por tierra de estepas y
barrancos,
tierra árida y tenebrosa,
tierra donde no pasa nadie
ni habita hombre alguno?
X
Pero
mi nombre siempre será adâmah. Yo soy la tierra, yo soy el
barro del que haces brotar la vida. Soy la tierra que se ha convertido en un
desierto, es verdad… pero antes de que me crearas, la tierra era también un
desierto; tal como soy yo ahora. Yo soy la tierra en la que no hay matorrales, en
la que no brota la hierba, sobre la que no cae la lluvia; pero tú eres mi Dios,
y tu espíritu puede enviar la lluvia sobre mi desierto, y hacer brotar la
hierba y los árboles con sus frutos.
Yo
soy la tierra llena de estepas y barrancos, en los que yo mismo caigo y
tropiezo en mi andar; yo soy la tierra árida y tenebrosa, donde brotan sombras
en vez de frutos; yo soy la tierra donde nadie pasa ni habita, pero de una tierra así hiciste brotar la
vida.
XI
Me
hiciste de un desierto. Yo era tierra seca, y tú mismo fuiste el manantial que
me tornó en barro; tú mismo hundiste entonces tus dedos en el suelo, y tomaste
el barro y me diste forma, y me diste tu aliento y viste cómo la vida brotaba
de mi barro, que serenamente sostenías en tus manos. Tú mismo, alfarero
enamorado de su oficio, tornaste mi desierto en vida…
¡Tú
mismo, jardinero enamorado de su oficio, hiciste brotar de mi tierra el jardín
más bello!
XII
Esto
es lo que he descubierto en el desierto, mientras camino por entre sus estepas
y sus barrancos. Yo soy el desierto. Si
detengo mi andar y me siento en la arena, y busco en mi mochila y saco mi
libreta y reviso mis apuntes, y repaso lo que en estos días he comprendido… ¡yo
soy el desierto! Pero mi nombre es adâmah,
y soy desierto que se torna barro y vida cuando llega a tus manos.
Por
eso seguiré andando, hasta llegar a tus manos.
Pues
son tus manos las manos de un alfarero, y de un jardinero; enamoradas –esas
manos- de su oficio. Buscaré en este desierto que soy, hasta hallar en mí ese barro del que puedes hacer de nuevo una
bella creación.
XIII
El
desierto es ese sitio en que todo comenzó.
Y es el sitio donde todo puede comenzar de nuevo.
El
desierto es ese sitio que existe en lo más oculto de mi ser; donde no llega el
ruido que abunda en mis afueras. Entrar en el desierto ha sido entrar en lo que
verdaderamente soy, más allá de mis máscaras. Aquí dentro no hay absolutamente
nada… por eso el desierto es lo que soy.
Aquí me encuentro con el niño que fui alguna vez, y que el mundo tomó en sus
manos y moldeó a su imagen y semejanza; aquí me encuentro con ese niño que es
aún de barro, y que puede ser moldeado ahora por el amor de tus manos. Aquí, en
el desierto, vuelvo a ser la tierra, la adâmah
de la que puedes hacer brotar un jardín fértil; un paraíso.
Entrar
en el desierto es entrar de nuevo al día de la creación.
Por
eso, es el mejor sitio para reencontrarse contigo; y conmigo mismo.
XIV
Mi
nombre es adâmah; mi nombre es tierra.
Yo
soy la tierra.
Tú
eres mi alfarero, mi jardinero, mi Dios.
Toma
mi desierto, y tórnalo en barro; toma mi barro, tórnalo en hombre.
Hazme
brotar del suelo como un árbol y desplegar mis ramas hacia lo alto, y ver a las
aves llevar mis frutos a lo lejos.
Yo
soy la tierra…
Soy
el peregrino que camina dentro de mí, buscando florecer de nuevo…
Mi
nombre es adamá.
Génesis 2,4 – 3,24. Jeremías
2,6; 18,1-6.
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