Guía del camino para magos y pastores
Magos y pastores. Ángeles y estrellas los guiaron desde el cielo para encontrarse, aquí en la tierra, con un Dios recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre... Este blog pretende ser una mochila para el camino. Una mochila con cosas buenas para el peregrino, para acompañarle en su andar hacia el encuentro con el Creador que, bajado del cielo, ha decidido conocer su Creación desde los ojos tiernos de un niño.
Guía del camino para magos y pastores
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Fotografía de Andrés Marote, 2015.
Yo también vengo de muy lejos
Yo
también vengo de muy lejos. Como los magos, que venían de más allá del
horizonte.
Yo
también vengo de muy lejos, y podría no entender lo que voy a encontrar en
Belén.
Vengo
de un sitio muy lejano. En el sitio del que yo vengo, hace mucho frío. Allí me
siento muy solo. El viento azota los tejados con su manotazo de hielo, y la
noche esconde todas las cosas.
Muchas
veces miré al cielo, y vi la esperanza brillar en las estrellas. Pero no supe
salir a caminar. Me quedé encerrado, y las paredes de mi casa se hicieron cada
vez más grandes, y las ventanas más pequeñas.
Muchas
otras veces creí salir a caminar, en pos de la estrella que me ofrecía su guía.
Pero rápidamente me olvidaba de la estrella y caminaba mirando las sombras en
el suelo y, cuando caía en la cuenta, había caminado en círculos y aún estaba
en casa. Y volvía a encerrarme.
Quiero
creer que esta es la noche en que por fin he salido rumbo a Belén. Espero no
despertar mañana en el umbral de mi casa. Espero que el sol me sorprenda
caminando muy, muy lejos.
La
estrella siempre brilla en lo alto. Es uno el que se olvida de mirar.
En
cierta ocasión Dios sacó a Abraham de donde estaba, y lo puso a mirar las
estrellas. Y le enseñó que en el firmamento, en medio de todas esas estrellas,
duermen nuestros sueños; esperando a ser cumplidos.
Dios
viaja en tienda de campaña. Eso es algo que he aprendido últimamente. Dios no
vive encerrado entre cuatro paredes; Dios viaja en tienda de campaña, pues su
templo es toda persona que se atreve a caminar. Y Dios siempre camina con ella.
Como
Abraham, y como los magos, yo quiero atreverme a levantar la vista y mirar al
firmamento; y reconocer mis sueños en las estrellas. Y salir a caminar en pos
de ellos.
Dios
viaja en tienda de campaña.
Yo
también vengo de muy lejos.
He
caminado muchísimo, y aún no he llegado a Belén. Algunas veces hubo un sendero
bajo mis pies; muchas otras, mis pasos fueron mi único camino.
Me
he dado cuenta de que, cuando caminas, nunca vas solo. Aunque camines largas
jornadas en aparente soledad, siempre descubres al final del día que no eres el
único mago que ha dejado su tierra atrás; muchos magos han visto también la
estrella, desde sitios muy distantes, y echaron a andar. Tarde o temprano nos encontramos.
Tarde o temprano descubrimos que, aún cuando venimos de sitios tan distintos –y
tan distantes-, es al mismo Niño que buscamos.
Por
eso he aprendido que cada vez que te encuentro en el camino, necesitas mi
sonrisa y mi abrazo. Lo mismo que yo necesito de ti.
Yo
también vengo de muy lejos… Y también, como tú, no tengo la menor idea de lo
que voy a hallar en Belén. Dicen que es un niño pequeño, envuelto en pañales y
acostado en un pesebre.
Dicen
que tiene frío, como yo.
No
necesito saber lo que hallaré. No necesito saber qué voy a hallar cuando te
busco, mi Señor. Si lo supiera, entonces no sabría donde buscar; o buscaría en
el sitio equivocado, pues ya creería saber lo que voy a encontrar. No. Yo no
necesito saber qué me vas a dar, mi Dios. Todo lo que quiero es encontrarte
a Ti.
Por
eso, trato de no acercarme a Ti con muchas palabras, ni con muchos libros;
quiero llegar desnudo. Quiero llegar,
mi Jesús, a enamorarme de ti.
Yo
he venido de muy, muy lejos… y cuanto más cerca estoy de Belén, más extraña me
resulta esta nueva tierra en la que estoy caminando. Solo esa estrella, mi esperanza,
me guía en el firmamento. (Y solo lo hace
de noche; de día, disfruto a la luz del sol de la bella compañía de los otros
magos y pastores que he conocido en el camino). La estrella en lo alto del
cielo es ahora lo único que ha quedado del mundo que yo conocía… todo cuanto yo
era, ha quedado reducido a una esperanza en medio de la noche más oscura.
Y
todo lo que ha quedado de mi Dios… ¡es un niño pequeño, envuelto en pañales,
dormido en un pesebre!
Y
aunque quise entrar en silencio, tratando de no despertarte… no pude evitar notar, mi Jesús, que mientras
dormías… sonreías.
Mateo 2, 1-12
Génesis 15, 5
2 Samuel 7, 6-7
Pinturas:
Gorrión. Ana Trejos. Óleo sobre
lienzo. 2005.
El
Pardo.
Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2005.
Bocetos de Ana Trejos, en algún
sitio del Camino de Santiago. 2009.
Fotografías de Ana Trejos, en
algún sitio del Camino de Santiago. 2011.
No hay "Padre" sin "Nuestro"
-¿De qué tamaño es tu Dios…?
–me preguntó
el pastor, cierta noche,
mientras descansábamos junto al fuego en un
albergue en el camino.
Le
miré. Le dije, con mi silencio, que no entendía su pregunta.
El
mago se hallaba en el otro extremo de la sala, sentado en una silla junto a la
ventana abierta. La brisa nocturna acariciaba su rostro. Miraba hacia las
estrellas, como si no pudiese hallar algo que buscaba en ellas.
Había
tres o cuatro personas más en el albergue. Veníamos todos de sitios distintos;
habíamos venido solos, cada uno de nosotros.
Pero
esta noche no estábamos solos. Habíamos compartido la cena juntos, y ahora,
aunque cada cual descansaba según su necesidad, se sentía en el aire que
estábamos todos a gusto en la sala.
Tampoco
habíamos estado solos en el camino. Solos habíamos comenzado, cierto; pero
conforme se sucedían las jornadas, aún cuando caminábamos en soledad, con cada
amanecer sentíamos que nuestro corazón iba derribando poco a poco los muros y
las fronteras, y se iba haciendo a la idea de que el camino está hecho con los pasos
de todos nosotros. Cada paso que das, de alguna manera, construye el camino; y
cada paso que da tu hermano, donde quiera que esté, construye también el
camino. Tu camino.
Más
tarde, cuando ya el cansancio había llevado a la cama a la mayoría de los que
estábamos en la sala, quedamos junto al fuego del hogar solamente el mago, el
pastor y yo.
El
pastor hizo nuevamente la pregunta; esta vez, se lo preguntaba a sí mismo.
¿De
qué tamaño es mi Dios…?
Y
como las llamas del fuego, la pregunta nos fue consumiendo por dentro. Incluso
el mago, tan acostumbrado a buscar las respuestas en el firmamento nocturno, se
puso a buscar en las sombras misteriosas de su alma.
Mi
Dios.
Mi Dios.
Una
vez me dijiste que cuando ore, lo haga de esta manera:
Padre
Nuestro…
Y
durante muchos años lo hice así. Y mucho tiempo después, un día como tantos,
mientras oraba, sentí que esa palabra, nuestro, me acarició el alma y el
corazón con una dulzura como pocas veces he sentido. Como solo contigo he sentido.
Y desde entonces, a menudo me pregunto:
¿De qué
tamaño es mi Dios?
Y
recuerdo tus palabras, cuando dijiste:
Amen
a sus enemigos, oren por quienes los persiguen.
Así
serán hijos de su Padre del cielo,
que
hace salir su sol sobre malos y buenos
y
hace llover sobre justos e injustos.
Entonces
entendí que es cierto eso que dicen, Dios
es grande… pero, ¿qué tan grande le permito yo ser en mi vida?
¿Qué
tan grande te permito ser,
mi
Señor,
en
mi vida…?
Pues
cada enemigo que he decidido no amar, es una frontera que he construido en mi alma.
Y cuanto más he decidido odiar a esa persona… más estrecha es la cárcel que le
he construido a mi Dios.
Ama a tu enemigo,
ora por quien te persigue…
así
serás hijo
de tu Padre del cielo.
Dios
no es mío, ni tuyo; es nuestro. Pues Dios es amor, y no existe nada en las afueras del amor.
Por eso, cuando quieras levantar la vista y mirar hacia el horizonte, cuando
quieras escudriñar hacia lo más lejos y saber dónde has puesto tu límite a Dios…
allá en la lejanía, donde has colocado a la persona que más odias, a ese que
llamas enemigo, justo allí es donde
has construido esa frontera.
Ama a tu enemigo, y así serás
llamado hijo del Padre del cielo.
No hay otro camino. La única manera de tener un Padre en el cielo, es aceptar
que es Padre de todos. De tu enemigo
también. Por más que quieras odiarle, es tu hermano, pues el Padre que le ha
creado, y que hace llover y salir el sol sobre él, es el mismo.
Entonces,
te lanzo la misma pregunta que me he hecho yo:
¿De
qué tamaño es tu Dios?
Dios
es Dios, es cierto… pero para ti,
Dios es tan grande como se lo permites. ¿De qué tamaño le has permitido ser?
Abre
las puertas. Abre la puerta a todo enemigo que hayas construido, con culpa o
sin ella. Toma la decisión de amar a todos, más allá de si lo merecen o no. El
odio que puedes sentir por una persona, no es otra cosa que una cárcel en la
que tú mismo estás encerrado. ¡Abre las puertas!
Dios es tan grande como se lo permites ser.
Allí donde está esa persona que has decidido no
amar…
allí, justo
allí, has puesto un límite al amor de Dios.
¡Derriba esa frontera!
El amor del Padre… sólo es amor,
cuando es amor por todos sus hijos.
Cuando es amor nuestro.
Cuando
desperté, ni el mago ni el pastor estaban ya en el albergue. Ambos se habían
marchado antes de salir el sol.
Un
rato después, en el camino, pensé en el mago.
No
solo el enemigo es una frontera. También lo es el mago, es decir, todas
aquellas personas a quienes he dejado por fuera, a quienes rechazo por su
origen o sus costumbres tan ajenas a las mías.
Pensé
también en el pastor.
También
el pastor puede ser una frontera en mi alma… todas aquellas personas que están
junto a mí, quizás incluso en mi propia casa, a quienes he decidido rechazar
por tener una forma de caminar distinta de la mía.
Creo
que esa palabra, Nuestro, que aparece en el versículo 9 del capítulo 6 de Mateo,
lo encierra todo.
Es nuestro el Padre,
si permitimos a esa palabra toda su dimensión;
si no le construimos fronteras.
Si entendemos que esa palabra va más allá del
enemigo,
del que busca a Dios en sitios donde jamás lo
buscaríamos
–como el
mago, que lo busca en las estrellas-,
del que aún en nuestra propia casa
vive de una manera que nos puede parecer
abominable
–como el
pastor,
tan marginal dentro del mismo seno de la tierra
que vio nacer a Jesús-.
Es nuestro el Padre,
si permitimos que esa palabra, nuestro,
se pierda en el horizonte,
si la
dejamos ir,
si dejamos a Dios ser Dios y le permitimos ser lo que es,
Amor,
y serlo para todos,
pues solo
así puede ser el amor.
Es nuestro el Padre…
si entendemos que no hay Padre sin hijos,
que si aparto a mi hermano dejo yo de ser
hermano,
y dejo entonces de ser hijo,
y me quedaría sin el Padre…
pues no
hay Padre sin Nuestro.
Por
eso, cuando Jesús nació…
hasta
el más lejano de los magos,
y
hasta el más despreciable de los pastores,
se
pusieron en camino hacia la cueva de Belén.
Pues
había nacido Dios…
y
así de grande es el nuestro de nuestro Dios.
Esta es la gran pregunta que te hago hoy,
quien quiera que pienses que soy…
¿tengo un sitio yo
dentro de tu
Dios?
Mateo 5, 44-45.
Pinturas:
Santiago
de Compostela.
Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2014.
Campo
del Moro.
Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2010.
Campo
manchego.
Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2005.
Bocetos de Ana Trejos, en algún
sitio del Camino de Santiago. 2009.
Fotografías de Ana Trejos, en
algún sitio del Camino de Santiago. 2011.
Navegante
Un
día vino Jesús… desde Nazaret de Galilea.
Porque
el amor es así. Viene desde el sitio menos pensado, desde donde no esperaríamos
que salga nada bueno. Nazaret, un
poblacho que ni siquiera es mencionado en el Antiguo Testamento… de Galilea, tierra muy lejos de
Jerusalén, donde el judío se sienta a la mesa con el pagano.
El
amor, al principio, es una semilla oculta –verdaderamente oculta- en una tierra de
la que no esperamos, muchas veces, que brote flor alguna. Muchas veces no
sabemos que ahí está… pero ahí está.
Se
hizo bautizar, Jesús, en las aguas de un río.
No
era cualquier río. Era el Jordán.
Todos
tenemos un río que debemos cruzar. Todos tenemos un río, como una frontera, en
cuya orilla opuesta florecen los frutos de nuestros sueños que se cumplen.
Todos tenemos un río que separa lo que anhelamos ser… de lo que llegamos a ser.
Cuando
nos quedamos en esta orilla, por miedo a cruzar el río, nuestro sueño se queda
dormido… y poco a poco se marchita, y si nos quedamos demasiado tiempo, muere.
Cuando
nos hacemos a la mar… nuestro sueño brota, y florece, y nos pone alas en el
alma.
En
cuanto salió Jesús del agua, el cielo se rasgó; y el Espíritu bajó como una
paloma, y se posó sobre él.
Porque
el amor es así. Cuando crees en ti, y
decides dar tu vida para hacer lo que amas, y te lanzas al agua… la
frontera del cielo se rompe. Y lo hace de inmediato. Dios es impaciente
cuando de amar se trata… En cuanto Dios te ve abandonar tu orilla, tu
seguridad, dispuesto a darlo todo por tu sueño, la pared que te separa de la
felicidad se rasga, se hace trizas, tanto que ya no puede ser restaurada. Una
vez que un sueño ha despertado en tu corazón… Dios se enamora de ese sueño, y
ya no habrá marcha atrás.
Entonces,
como una paloma, el Espíritu de Dios hace
su nido en ti.
Eso es el Espíritu de Dios…
es
Dios mismo,
que habita
en toda persona que se atreve a amar.
Entonces
escucharás la voz de Jesús:
El
Espíritu del Señor está sobre mí,
porque
Él me ha ungido
para
dar la Buena Noticia a los pobres;
me
ha enviado a anunciar
la
libertad a los cautivos
y
la vista a los ciegos,
a
poner en libertad a los oprimidos,
a
proclamar el año de gracia del Señor.
Pobres,
cautivos, ciegos, oprimidos… ¡el Espíritu de Dios es la libertad! ¿Hasta
cuándo vas a permanecer pobre,
renunciando al rico tesoro de tu sueño por cumplir? ¿Hasta cuándo vas a
permanecer cautivo de esa vieja
orilla a la que estás atado? ¿Hasta cuándo vas a permanecer ciego, sin atreverte a levantar la
mirada y ver lo que puedes alcanzar más allá del horizonte? ¿Hasta cuándo te
vas a dejar oprimir por aquellos que
te aplastan y que no quieren dejarte salir a navegar… para vivir tu vida?
Quien ama, corre y vuela…
¡enamórate por fin de esa semilla que llevas dentro del alma desde que naciste!
¡Desnúdate de esas cadenas que llevan tanto tiempo sobre ti que te has
acostumbrado a su peso! Toma tu barca y hazte a la mar… ¡No tengas miedo!
Verás
la tela que cubre tus ojos rasgarse y abrirse de par en par, y al horizonte
extenderse frente a ti como una promesa que por fin está al alcance de tu mano.
Y
verás al mismo Dios… que ha puesto su nido en ti. Y que navega contigo.
Por
esto… por todo esto, eres peregrino.
O,
ya que hoy hablamos de aguas, ríos y mares… puedo decirte que eres navegante.
Navegas
mar adentro, en busca de ese tesoro que le da verdadero sentido a tu vida. Esos
tesoros no suelen estar cerca de la orilla. Debes alejarte de esa orilla que te
vio nacer… y navegar sobre aguas desconocidas. Solo allí podrás descubrir quien
realmente eres.
Cerca
de la orilla, ves demasiadas cosas que crees conocer bien… demasiadas cosas que
no te permiten descubrir lo que hay
en el horizonte.
Cuando
te alejas de la orilla, es como darle espacio a la semilla para que brote.
Dicho de otra manera, el único sitio donde tu sueño puede germinar y brotar… es
en la palma de tu mano; y esto va a pasar solamente cuando te atrevas a extender la mano, de par en par.
Mar
adentro, vas a encontrar de todo. Navegarás por el alma de muchas personas,
compartiendo tus sueños con los suyos. Muchas de estas personas serán aguas
apacibles, otras serán cruentas tormentas… todo ello es parte de la aventura de
ser.
Y
cuando hayas navegado lo suficiente –y solo Dios sabe cuánto es suficiente,
confía en Él… tu sueño es como un nuevo mundo por descubrir, y ese mundo está donde está, quien debe navegar eres
tú, y no puedes reducir la distancia que te separa de él… ¡no te rindas!- descubrirás
que la aventura ha valido la pena. Y que lo que has encontrado… no puede
siquiera compararse con lo que tenías en la vieja orilla.
Y
descubrirás que, aún siendo navegante, tú mismo eres una tierra fértil y llena
de riqueza y abundantes tesoros… que tus ojos se han abierto, y que puedes ver
la belleza de tantas cosas que antes no percibías… que ya no eres esclavo de
nadie, ni está tu alma atada a nada…
Y
que valió la pena,
un buen día,
salir a navegar.
Marcos 1, 9-11.
Lucas 4, 18-19.
Pinturas:
Puente
romano.
Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2014.
Hoja
seca en el mar.
Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 1999.
Río
Esla.
Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2013.
Bocetos:
Río
Esla.
Ana Trejos. 2009.
Paloma
en el tejado:
Ana Trejos. 2014.
Fotografía de Ana Trejos, en
algún sitio del Camino de Santiago. 2011.
Donde quiera que estés...
Era,
cierta mañana, la historia de un mago, un pastor y yo, que conversábamos junto
al camino.
Éramos,
quizás, no una historia, sino un instante; plasmado en el lienzo, el instante
de tres amigos que habían dejado tantas cosas atrás, que difícilmente
recordaban lo que su vida había sido antes, o siquiera cómo habían llegado
allí.
O
es, quizás, este instante… tú mismo, que llegaste aquí, a leer estas líneas; y
te sentaste junto al camino, y quisiste conversar; conmigo, contigo, con quien
pasara por allí… o con el silencio.
Cuando
estás en el camino, es muy fácil preguntarte dónde estás. Esa pregunta no es
necesaria cuando estás cómodamente sentado en el sofá de tu casa… pero en los
caminos, los sofás son peligrosos: pueden hacerte olvidar que eres un
caminante, un peregrino. En el camino, muchas veces no estás seguro de saber
dónde te han llevado tus pasos.
Esto,
sin embargo, es parte de la peregrinación. Un alma que camina siempre va a
llegar a sitios que no conoce; y cuando llega a estos sitios, es natural que se
pregunte dónde ha llegado. La pregunta es necesaria, tanto como el hecho de
haberse perdido. Más aún… muchas veces, cuando crees haberte perdido, es cuando
encuentras las cosas más valiosas.
El
peregrino siempre va a llegar a sitios que no conoce. Muchas veces tus pies van
a sentir bajo sus pasos la textura de terrenos en los que nunca antes has estado.
Y tu alma, despierta como el alma de todo caminante, se preguntará: ¿dónde estoy…?
Donde
quiera que estés…
¿qué
buscas?
Te
hago esta pregunta, caminante, hoy que nos hemos encontrado en el camino.
¿Qué
buscas? No es, en realidad, una pregunta que he inventado yo. Son, de hecho,
las primeras palabras de Jesús en el evangelio de Juan. Las dirige a dos
peregrinos que decidieron seguirle, pues le vieron pasar. Literalmente, el
texto dice: fijando la vista en Jesús,
que caminaba… Cuando estás en el
camino, tarde o temprano vas a encontrarte con Jesús; pues Jesús, como
cualquiera de nosotros, es también un
caminante.
Hoy,
peregrino, saliste a caminar… y te encontraste con Jesús.
(Estoy seguro
de que si Jesús tuviese un diario,
también
escribiría algo parecido a:
“Hoy salí a
caminar… y me encontré contigo”).
Entonces,
Jesús te preguntó:
¿Qué
buscas?
Estas
palabras son precisamente como pasos de Jesús en tu alma. De inmediato te hacen
preguntarte:
¿Pero
es que he salido a caminar… en busca de algo?
Quien
camina, busca. No camina el que cree que ya lo ha encontrado todo. Quien cree
que todo lo tiene, se quedará cómodamente sentado en el sofá de su vida. Quien
busca, en cambio, saldrá de su casa y se pondrá a caminar… aún si no sabe que es porque busca, que camina.
¡Es tan hermosa, el alma inquieta de quien busca
y camina!
*
Donde
quiera que estés… hoy, que has encontrado a Jesús en el camino, te ha lanzado
esa pregunta.
¿Qué
buscas?
Cuando
Jesús me hizo esa pregunta, detuve mis pasos y miré a mi alrededor. ¿Dónde
estaba?
No
recordaba cómo había llegado allí; tampoco recordaba porqué había salido, hacía
tiempo, de mi casa.
Solo
me acompañaban el silencio, el frío y la oscuridad.
Tuve
miedo.
Pensé
en el mago.
¿Hacía
cuánto tiempo había dejado su tierra atrás? Había venido de oriente, desde más
allá del mundo conocido, siguiendo una estrella que brillaba en medio de la
noche…
¿Dónde
estás, mago, ahora?
Pensé
en el pastor.
¿Hace
cuánto abandonaste tu rebaño, en busca de la Luz que te anunciaron los ángeles
en el cielo? ¿Cuánto tiempo llevas, pastor, perdido en tu propia casa, olvidado
por los tuyos, pasando las noches en vela, con frío y soledad?
¿Dónde
estás, pastor… ahora?
Entonces
cerré los ojos. La oscuridad de mi alma no era mayor que la que me rodeaba.
Todos
estábamos perdidos. Ninguno de nosotros sabía dónde se hallaba. Yo estaba
perdido, el pastor estaba perdido, el mago también había perdido su rumbo… yo
no sabía dónde estaba ninguno de ellos, y sabía que a ellos les ocurría lo
mismo.
Todo
cuanto nos rodeaba era un mundo oscuro, lleno de senderos que parecían no
llevar a ningún sitio, y ninguno de nosotros sabía hacia dónde dar el siguiente
paso.
*
¿Dónde
vives?
Esa
es la respuesta que dieron los peregrinos a Jesús, cuando él les preguntó qué
buscaban.
Responder
a una pregunta con otra pregunta… ¿tiene sentido?
Creo
que sí, pues ambas preguntas esconden una respuesta en su seno. Cuando Jesús
nos pregunta qué buscamos, consigue hacernos ver que buscamos algo. Y, en ese dónde
vives que le respondemos, sin darnos cuenta hemos echado algo de luz en
nuestra búsqueda.
Pues
esa palabra, dónde, dónde, dónde… ¡encierra una clave tan
necesaria, para el peregrino que se ha perdido!
Donde
quiera que estés…
vuélvete
hacia Dios.
No
importa cómo llegaste a este sitio, no importa si recuerdas cómo llegaste o no…
No importa si sientes que estás lejos,
o cerca, o si ni siquiera sabes de
qué sitio podrías estar cerca o lejos… No importa si te has hecho daño
al llegar, o si hiciste daño a otros para llegar aquí… No importa si para
llegar aquí tuviste que dejar atrás a alguien que amabas… No importa si llegar
aquí fue un error o no, no importa si
te has arrepentido de haber llegado aquí,
no importa si quisieras no haber llegado nunca… ¡No importa!
Ahora estás aquí… y aquí, y ahora,
es cuando te puedo decir:
Donde
quiera que estés…
vuélvete
hacia Dios.
Por
eso es tan importante ese dónde vives
que puedes lanzarle a Dios. Porque, para completar la idea… no importa dónde estés, ni cómo llegaste;
sólo mira a tu alrededor, busca dónde está Dios… y ponte a caminar hacia Él.
Si
consigues hacer eso, cada paso te alejará con seguridad del sitio que te hace
daño, y te acercará con seguridad al sitio donde estás bien. Aún si el sitio
donde crees que está Dios te parece insoportablemente lejano… no importa, pues ya vas en camino.
Y
entonces, podrías preguntarte… ¿tendré
que caminar mucho, para llegar a Dios?
Y
te sorprenderás, cuando Dios te responda…
Yo
soy el camino.
Cuando
el peregrino graba en su corazón esa pregunta a Dios, ¿dónde vives?, el camino
florece a sus pies. Realmente las palabras cerca
y lejos pierden importancia; pues lo
importante es que camina, y su rumbo
es Dios, es el amor. Cada paso se convierte en un acto de amor. Cada huella es
una sonrisa marcada en los labios de alguien que ha salido a su paso. El
instante en que camina es un instante eterno, y pasado y futuro quedan
relegados al sitio al que pertenecen… el pasado queda atrás, y el futuro
permanece donde tiene que estar.
(Parece mentira, pero muchas
veces vivimos con un pie en el futuro y otro en el pasado, tratando de mantener
un imposible equilibrio… hasta que por fin caemos, de bruces y con dolor, en el
presente, que es el único sitio con el que realmente contamos).
*
Donde quiera que estés…
vuélvete
hacia Dios.
Pregúntale dónde está, y vuélvete hacia Él.
No descanses…
no descanses, peregrino, hasta que Él te
responda.
Pues si no tienes hacia dónde caminar,
caminarás por siempre, pero en círculo;
y nunca llegarás a ninguna parte.
Dónde quiera que estés…
vuélvete, vuélvete hacia Dios.
Pon tu mirada fija en ese sitio
donde has visto que Dios te espera…
y ponte a caminar hacia ese sitio.
Y, mientras caminas…
descubrirás que Dios florece en tu ser,
pues Dios
es el camino.
Ponte
a caminar. Levántate de ese sitio, estés donde estés, por más que pienses que
has quedado atrapado, que ya no hay salida, que ya no hay tiempo, que estás
demasiado lejos… ¡ponte a caminar! Pon tu mirada fija en Dios, y si la
mantienes fija en Él… ¡cada paso que des, será un paso certero!
¿Dónde
vives?, le preguntaste. Y quizás te sorprendas, cuando
descubras que Dios vive en tus sueños. Pues los sueños nacen de lo más íntimo
de tu ser… y allí, en lo más íntimo de tu
ser, es donde habita Dios.
Por
eso… si pones la mirada fija en tu sueño, por más imposible que te parezca, y
–donde quiera que estés- comienzas a caminar hacia ese sueño… estarás caminando
hacia Dios, y por más tropiezos y obstáculos que aparezcan a tu paso, y por más
lejos que creas estar… vivirás tu sueño.
Donde quiera que estés…
vuélvete
hacia Dios,
y
comienza a caminar.
Y,
quizás, escuches la voz de Jesús, que te dice…
Un día salí a caminar
y caminabas tú también.
Pensé que, si habías salido a caminar,
era porque buscabas algo, igual que yo…
por eso te pregunté qué buscabas,
y te invité a caminar conmigo…
para,
juntos, encontrarlo.
Juan 1, 35-39.
Pinturas:
Carballos
(robles).
Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2013.
Jardín
en Buenavista.
Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2006.
Tertulia
en el Parque de la Arganzuela.
Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 2005.
Fotografía: Ana Trejos, en
algún sitio del Camino de Santiago; 2011.
Boceto de Ana Trejos, realizado
en algún sitio del Camino de Santiago; 2009.
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