Esta
es la pregunta que grita Jesús desde la cruz, poco antes de morir. Es también
el grito del Salmo 22, cuyos primeros versículos dicen:
¡Dios
mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
Lejos
estás de mi súplica, de mis gritos y gemidos.
Clamo
de día, Dios mío, y no respondes,
clamo
también de noche, y no encuentro descanso…
Camino
por las páginas de la Biblia, y escucho estas palabras tan llenas de angustia y
dolor. Están en los labios de muchísimas personas. Están también en los ojos de
muchos, que no atinan a formular la queja con palabras. Está incluso este grito
desconsolado en el silencio de quienes ya han olvidado que han perdido la
esperanza.
Puedo
alejarme de la Biblia, y regresar a mi mundo. Pero cuando has caminado mucho
por los senderos bíblicos, al salir descubres que sus versículos se te han
quedado prendidos a los pies, y se han venido contigo. Pues los reconoces en tu
sitio: el grito del abandonado está también en los labios, en los ojos y en el
silencio de mi gente.
Entonces
me encierro dentro de mi habitación, donde no debería escuchar los gritos de
nadie.
Y
allí, a puerta cerrada, descubro que ese grito florece también, sin consuelo,
dentro de mi alma.
*
Miro
hacia la pared, donde cuelga esta pintura de mi madre:
Se
trata del pueblo donde nació mi abuelo, en el Bierzo. Miro todos esos tejados
apiñarse en medio de los árboles, y la capilla que se levanta más allá de las
chimeneas, como queriendo escapar hacia el cielo. Miro esas puertas y ventanas,
y pienso en todas las almas que habitan allí dentro. La pintura me habla de sus
silencios, ocultos en las sombras; pero puedo escuchar el grito, pues sé que
está en todo ser humano… al menos una vez en la vida o, lamentablemente, mucho
más en muchísimos casos.
Y
me pregunto, ¿se puede huir hacia el bosque? ¿Puede uno quitarse de encima esa
sensación de abandono, como quien se quita un manto y lo deja en el suelo y
corre? Y viene a mi memoria ese misterioso pasaje de dos versículos que aparece
en el capítulo 14 de Marcos, inmediatamente después de que Jesús es arrestado:
Le
seguía, también, un muchacho cubierto solo por una sábana.
Lo
agarraron; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.
¿Puedo
ser yo ese muchacho que huye desnudo, vestido solo con la pureza y la libertad?
Pero,
al menos por ahora, no se me ocurre otro camino que el de la cruz, cuesta arriba. Cargando con ese madero
en que son clavados los brazos de Jesús, el madero del abrazo, de la entrega amorosa e incondicional; de los brazos abiertos.
Pensando
en ese camino, única vía posible para llegar a ser clavado junto a Jesús y
escuchar, de sus propios labios, esas bellas palabras: Hoy estarás conmigo en el Paraíso…
haré un breve recorrido por las 14 estaciones del Via Crucis. Tratando de seguir, huella a huella, los pasos de quien
abrió ese camino de libertad para la humanidad.
Y
mientras camino, tendré los oídos bien abiertos.
Pues
aún hoy clama ese grito desde la cruz:
¡Dios
mío, Dios mío! Por qué me has abandonado…
Un Via
Crucis para el alma
I
En
el huerto de los Olivos
Nace
en un jardín, entre olivos, el árbol de la cruz.
Pero
nace en soledad. Cada vez que levantas la vista, descubres que todos duermen a
tu alrededor; te han dejado solo.
¿Estás
aún ahí, Señor? ¿Estás aún en el huerto?
¿Me
quedé dormido? ¿Me pesan tanto los párpados que no soy capaz de verte…? ¿No soy capaz de reconocerte,
aún cuando estás a mi lado?
Quiero
abrir los ojos. Quiero despertar.
Quiero
verte, a ti, que estás junto a mí,
llorando en soledad.
II
Traicionado
por Judas y arrestado
¿Por
qué te acercas, amigo, a la hora de las tinieblas? ¿Por qué vienes a mí en
medio de la noche, con antorchas y linternas?
¿Por
qué, si eres mi amigo, vienes con armas? ¿Por qué tu beso es la espada más
hiriente de todas?
¿Por
qué caminas entre sombras? ¿Es que no te
conozco? ¿Es que no puedo saber de dónde has venido? ¿Por qué te mueves ahora en la oscuridad?
Unos
se quedan dormidos, otros se han ocultado en las sombras, donde no se distingue
un beso de un puñal… ¿Estás aún en el huerto, Señor?
¿Dónde
estás? ¿Adónde te llevan?
III
Condenado
por el Sanedrín
Solo.
Como un cordero en medio de los lobos.
¿Eres tú el Mesías?,
te preguntan; ¿eres tú el Hijo de Dios?
Te
he abandonado a tu suerte. Te he dejado cada vez más solo.
¿Cómo responderá el cordero a los lobos? ¿Se
convertirá en uno de ellos?
Te
he abandonado… si acaso me escuchas, si acaso estás leyendo esto, solo puedo
pedirte una cosa: no te conviertas en uno
de ellos.
No
aprendas ahora a moverte en la oscuridad, como ellos; en la mentira y el
engaño. No te quedes dormido, indiferente a lo que pasa.
Donde
quiera que estés, donde quiera que hayas sido llevado… míralos de frente, y diles quién
eres.
IV
Negado
por Pedro
Cada
vez más solo.
Quien
siempre caminó contigo, y creyó en ti, ahora te mira de lejos. Trata de seguirte,
pero no sabe cómo hacerlo.
También
él se ha quedado solo, y tiene frío. Se ha sentado con los lobos, en torno a su
hoguera. Se ha sentado con los que quieren matarte.
Donde
quiera que estés, solo puedo decirte… mírale.
No te olvides de él. Él no está mejor que tú. Tiene miedo, y está confundido…
Él está ahora con los lobos, pero busca tu mirada con sus lágrimas.
Él
no sabe hacia dónde correr. También él ha quedado abandonado a su suerte. El
que prometió estar siempre a tu lado… hoy no sabe quién eres, pero necesita pasar por este momento para
entender mejor que nunca quién eres. El golpe ha sido inesperado, todos los
amigos se han dispersado y ninguno entiende lo que está pasando… Pero tú, que
has decidido no olvidar quién eres, puedes aún mirarle a los ojos.
Él
también se ha quedado solo.
V
Juzgado
por Pilato
Los
lobos son cada vez más. Y estás solo, en medio de ellos. Abandonado.
Y
te juzgan. Pero no te juzgan con un juicio justo; estás a merced de la ley del
que grita más fuerte:
Sus gritos eran cada vez más
fuertes… ¡Crucifícalo!
No
cedas. El mundo te juzgará con sus gritos, pues es más fácil gritar; es más
fácil aullar como lobos. Si ellos
estuviesen solos, no te dirían nada… pero ahora están en manada, y tú has
quedado solo. Por eso te condenan sin necesidad de un juicio justo; les basta
con sus gritos.
No
cedas. El mundo te empuja con sus gritos, te empuja hacia un madero. ¡No cedas!
Sigue siendo el cordero: sigue siendo tú. Delante te ti ves una cruz… pero
ese no es el final del camino. Hay algo más allá… hay alguien más allá.
No
cedas a los gritos… no grites tú. Quédate en silencio. Ellos prefieren el
aullido y la violencia… quédate con la paz.
VI
Flagelado
y coronado de espinas
Los
lobos también tienen miedo.
Por
eso te han puesto una corona de espinas: pues saben que eres rey. Necesitan
ponerte en ridículo. Necesitan reírse de ti.
Por
eso te tapan los ojos, y te golpean, y te preguntan: ¿adivina quién te pegó?... Pues saben que eres profeta. Y tienen
miedo.
Necesitan
reírse de ti.
Los
lobos se mueven en manada. Solo sus gritos y sus burlas los hacen sentir alguien.
Hoy
te han visto a ti, y ven que te sostienes en pie, solo. Y que miras a los ojos, y sabes responder con la verdad. Hoy
tienen frente a sí a uno que sabe quién
es.
Y
tienen miedo. Ni siquiera saben realmente qué hacer. Ni siquiera se dan cuenta
de que tienen miedo.
Por
eso te quieren matar. Porque toda su vida han vivido esclavos de la mentira, la
violencia y el odio… y han encontrado a alguien que es libre.
VII
Con
la cruz a cuestas
Ahora
cargas con la cruz. Es tanta tu libertad, que la cargas tú mismo. Nadie te obliga. Tú mismo has decidido no venderte a sus
juegos. Tú mismo has decidido no unirte a sus gritos, a su manada. Tú mismo has
decidido mirar a los ojos al que te ha dado la espalda. Tú mismo has decidido
decir de frente tu nombre, y creer en quien eres, a pesar de que a tu lado
todos han caído dormidos e indiferentes, o te han traicionado desde la sombra,
donde nadie les ve.
Tú
mismo has decidido cargar la cruz de los brazos abiertos. Es pesada, y es una
promesa de dolor; pero bien vale el esfuerzo. Sin la cruz los brazos se
repliegan sobre sí mismos, se olvidan de amar y aplastan el corazón. Con la
cruz caminas con los brazos abiertos de par en par, y vives en libertad y en
verdad.
Con
la cruz a cuestas sales del palacio de los lobos. Con la cruz a cuestas los
dejas atrás, con sus juegos y sus aullidos, y avanzas montaña arriba; con la
cruz comienzas a crecer.
VIII
Ayudado
por el cireneo a llevar la cruz
Del campo,
de lejos, desde fuera, viene el que te ayuda a cargar la cruz. Pasaba por allí. Aparece cuando nadie lo
espera, viene de donde nadie espera que venga.
Es
forzado a ayudarte a cargar la cruz.
La
cruz, con sus brazos abiertos, te empieza a mostrar un mundo nuevo; un mundo
que no esperabas. De forma aún muy sutil, el Reino de Dios comienza a hacerse
presente en el camino de la cruz.
Has
hallado una mano amiga cuando la necesitabas; tú no la pediste, y ella no pidió
ayudarte. Pero carga la cruz contigo, y hombro con hombro sale a la luz el
primer brote, tímido aún, del Reino.
¿De
dónde has salido, campesino, extranjero, cuando no te esperaba? Los lobos te
han echado mano, y te han puesto a la
fuerza bajo el peso del madero que yo cargaba… ¡De qué manera misteriosa has
conocido el Reino de Dios! ¡Cuántos pobres, abandonados y heridos, cargan con
la cruz del amor sin haberla elegido! ¡Y sin haberlo pedido llegan, sin
embargo, a lo alto del monte, donde florecerá la cruz, donde brotará de la
herida un mundo nuevo, donde se vive en libertad!
IX
Con
las mujeres de Jerusalén
Entonces,
con la cruz a cuestas, escuchaste el llanto. Una gran multitud de mujeres que
lloraban tu cruz.
Pero
tú sabes que lo que llevas sobre tus hombros es la vida. La libertad. El madero
que cargas es un mundo nuevo, donde los corderos pastan a gusto y se saben
libres de la condena injusta del aullido de los lobos. El madero que cargas es un nuevo modo de vivir.
No
llores, si cargas la cruz. Llora, si te aferras a lo que has dejado atrás.
Llora si no has aprendido a caminar en libertad; si solo una gran multitud es capaz de guiar tus
pasos. Pues te llevarán ciegamente a su destino… y nunca conseguirás llegar al tuyo.
Llora
si te aferras desesperadamente al madero que ya está viejo y seco, muerto, a
punto de desplomarse sobre la manada de lobos que te sostiene… mientras dejas
ir el madero joven, fértil, de brazos abiertos, que te puede llevar a la
libertad.
X
Crucificado
Y
fuiste clavado en la cruz.
Y
me pregunté entonces, nuevamente… ¿dónde estás?
Te
busqué. Te busqué en todos los sitios donde, de una u otra forma, te abandoné.
Te
busqué donde te dejé solo, cuando más sufrías. Donde te traicioné, oculto en la
oscuridad, pensando que nadie me veía. Donde te juzgué, y me molestó que me
respondieras con la verdad. Donde negué ser tu amigo. Donde preferí escuchar
los aullidos de la muchedumbre, que tu voz. Donde me burlé de ti. ¡Te busqué en
todos esos sitios!
Me
pregunté si fui yo la pesada cruz que cargaste… ¿Viajé cómodamente montado
sobre tus hombros? ¿O acaso te ayudé a cargar el madero alguna vez, sin
siquiera conocerte? ¿O lloré tu cruz, incapaz de cargar yo con la mía?
Y
miro a todos lados, y no consigo hallarte. ¿Dónde estás? Despreciado,
abandonado, evitado por todos… ¿dónde has sido clavado?
Donde
quiera que estés… ¡si yo pudiera escapar de esta manada de lobos, y dejar de
pensar como ellos! ¡Si yo pudiera dejar de ser parte de esta muchedumbre que
aúlla día y noche, y pudiese huir desnudo como aquel muchacho y correr en tu
busca!
Por
eso cierro los ojos, y trato de escuchar con atención las palabras que viajan a
lomos del viento… ¿dónde clama ese grito del abandonado? ¿Dónde estás,
esperando mi llamada, o siquiera mi mirada? ¿Dónde estás, clamando a Dios que
me acuerde de ti? ¿En cuál cruz has sido clavado y abandonado? ¿Acaso has sido
clavado en la cama de un hospital, o en una prisión maloliente, o en el último
pupitre del aula? ¿O estás en tu habitación, llorando en silencio, en soledad,
esperando sin siquiera saber qué esperar?
¿O
acaso estás a mi lado… y no he sabido reconocer el brillo en tus ojos, de las
lágrimas que no se atreven a salir a tus mejillas?
XI
Prometes
tu Reino al buen ladrón
Donde
quiera que estés… si estás en una cruz…
…mira
a tu alrededor. ¿Ves alguien clavado en una cruz, como tú?
No
importa la razón por la cual esa persona haya sido clavada allí. No lo juzgues;
para eso están los lobos, que juzgan según los aullidos de la manada. Puede que
esa persona te parezca un ladrón, un bandido, un malhechor… no importa. Está sufriendo, como tú.
Toma
la mano de esa persona. Apriétala con fuerza, y con amor, y cierra los ojos y
dile en silencio a Dios, que está muriendo dentro de esa persona:
Acuérdate
de mí,
cuando vengas con tu Reino.
Y
Dios te responderá:
Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.
Ahora,
deja que ese breve diálogo llene todo tu ser. Deja que cada palabra corra por
tus venas…
Y
abre tus ojos, y mira los labios del que sufre; y escucha como, en un débil
susurro, te dicen al oído:
Acuérdate de mí…
Y
escucha a Jesús, que te dice:
Hoy…
¿Puedes?
¿Puedes
acordarte de mí… hoy?
XII
En
la cruz, tu madre y el discípulo
Ahora
mira con atención, desde la cruz.
¿A
quién ves?
Junto
a la cruz espera el amor.
A
veces parece una madre. A veces parece un hijo.
Es
una madre que ha quedado sola. Una espada de tristeza ha atravesado su corazón.
El
discípulo también ha quedado solo. Es el discípulo amado. El discípulo que ama.
Amar
es una locura. Sus amigos de dispersaron, asustados, cuando los lobos vinieron
en la oscuridad. Él quedó solo.
Pero
decidió no dejar de amar. Por eso está ahí, junto a la cruz.
Quien
ama, siempre está cerca de una cruz.
Como
la madre. También decidió nunca dejar de amar. Por eso está ahí, junto a la
cruz.
Una
madre siempre está cerca de una cruz.
Pero
la cruz es un madero que florece…
Dile
a ella, desde tu cruz:
Mujer, ahí tienes a tu hijo.
Y
a él dile, desde tu cruz:
Ahí tienes a tu madre.
Y
verás, entonces, cómo los brazos abiertos de la cruz son contagiosos.
Verás
cómo, junto a la cruz, junto a la entrega incondicional, nace un nuevo mundo. Una
nueva humanidad, que no se comporta como una manada de lobos; una verdadera
comunidad, donde la voz de cada uno es la que vale; donde no necesito reírme de
ti, donde tus lágrimas me importan y me mantienen despierto, donde somos amigos
y hermanos a la luz del día, donde sé decir con firmeza quién soy.
Donde
quiera que estés… si estás leyendo esto, y ya no soportas estar clavado en la
cruz… o si ni siquiera has llegado a este punto, y aún cargas tu cruz cuesta
arriba… hermana, hermano, papá, mamá, hija, hijo mío, no te rindas, la cruz no es el
final del camino.
XIII
Mueres
en la cruz
¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué
me has abandonado?
No
tengas miedo. ¿Sientes ese abandono? ¿Te sientes abandonado por Dios y por
todos? ¿Ya no podrías estar más solo?
Quizás
este es el momento en que Dios está más cerca de ti. Cargaste con el madero,
subiste a la montaña, derramaste toda tu sangre en la cruz… Llegaste hasta aquí
con los brazos abiertos, ahora ¡déjate abrazar!
Y reclinando la cabeza, entregó
el Espíritu…
Entrégalo
todo. Reclina la cabeza, como un
niño que reclina la suya y se queda dormido, irremediablemente dormido… Quédate dormido en Dios, pues Él necesitaba que llegaras hasta aquí, y
ahora quiere tomarte en brazos para
darte un nuevo corazón que florecerá como –te aseguro- NUNCA imaginaste… ¡Quédate dormido en Dios!
XIV
Puesto
en el sepulcro
En el lugar donde había sido
crucificado había un huerto y en él un sepulcro nuevo, en el que nadie había
sido sepultado.
Un
huerto, un huerto… ¿no comenzó todo esto, en un huerto?
¿No
comenzó, de hecho, toda la Creación,
con un huerto...?
Si
la semilla que cae en la tierra no muere, queda sola;
pero
si muere, da mucho fruto.
El
que se aferra a la vida la pierde;
el
que desprecia la vida en este mundo
la
conserva para una vida eterna.
No
sé cómo llegaste hasta aquí… si en el momento del trago más amargo todos te
abandonaron, o si fuiste traicionado por la persona que amas… si fuiste condenado
por decir la verdad, por ser tú, y
tus amigos no entendieron lo que hacías y te dieron la espalda… si fuiste
arrojado a merced de los gritos de la multitud, o si fuiste burlado y
ridiculizado por ser quien eres… si
llegaste hasta aquí cargando tu propia cruz, o llegaste cargando la cruz de
otra persona, que no era para ti y no deberías
haber cargado… no importa. Lo que importa es que llegaste hasta aquí.
Dios
no te habría permitido llegar hasta aquí, si no tuviera algo para ti.
El
camino ha sido doloroso, cierto; pero nunca olvides lo que dice el salmo 126:
Al
ir iba llorando,
llevando
la semilla;
al
volver vuelve cantando
trayendo
sus gavillas.
Quizás
llegaste hasta aquí porque estabas solo;
aún entre la gente que te rodeaba.
Quizás
necesitas seguir cerca de la gente que te rodea, pero necesitas purificarte;
purificar tu relación con ellos, y tener con ellos mismos una nueva relación.
O,
quizás, llegaste hasta aquí porque una
parte de ti necesitaba morir… para germinar en la tierra, y dar fruto.
Y
florecer, más allá del miedo y del frío de la noche; levantarte del suelo,
levantarte hacia lo alto del cielo, y desplegar tus ramas como brazos abiertos,
en libertad, y compartir con la
Creación el perfume de tu Espíritu.
Donde
quiera que estés.
Marcos 15, 34. Salmo 22.
Marcos 14, 51-52.
Juan 12, 24-25.
Pinturas:
Macarena. Ana Trejos. Óleo sobre
lienzo. 1963.
Baltuille
de Arriba.
Ana Trejos. Óleo sobre lienzo. 1994.
Girasoles. Ana Trejos. Óleo sobre
lienzo. 2013.
Boceto de Ana Trejos, realizado
en algún sitio del Camino de Santiago, 2009.