La barca de Noé


Por el cielo va la luna
con un niño de la mano.
Federico García Lorca


Cuando Dios decidió hacerse hombre, que no es lo mismo que vestirse de hombre, tuvo que olvidarse por un tiempo de que era Dios. Si se hubiese vestido de hombre no habría olvidado que era Dios, pues uno no olvida quién es cuando se viste de otro; pero Dios, en lugar de disfrazarse de hombre, se hizo hombre y tuvo que aprender con el tiempo –como los hombres- quién era realmente, y para qué había venido.

Locuras así, como esta de hacerse peregrino todo un Dios, y encima de tal manera, suelen ser posibles solo desde el amor, que es la mayor locura de todas; pero cuando se empieza a conocer a Dios hay que acostumbrarse a estas locuras. Dicen que Dios es capaz solo de amar, y que no sabe hacer ninguna otra cosa… y quien solo ama, es entonces capaz de todo. Por eso para Dios no hay nada imposible, pues para quien ama todo es posible. Cuando se ama se corre el riesgo de olvidarse quién es uno, y entregarlo todo; quien ama es capaz de abandonar todo lo que tiene, con tal de alcanzar aquello que ama.

Es quizá por eso que tuvo Dios el cuidado de enviar antes ángeles para dar instrucciones por aquí y por allá, pues por un tiempo iba a estar oculto en el vientre de una mujer. Ella misma, María, rebosante también de amorosa locura, había dado un sí a un tal Gabriel que llegó donde ella con la mochila a reventar de locuras provenientes del cielo; y su esposo José, en su momento, también fue puesto por un ángel al tanto de las locuras de Dios.

Andaban también ellos de peregrinos en Belén cuando estuvo Dios listo para venir al mundo. No halló Dios posada, como suele pasar a las locuras del amor; y fue a nacer –dicen- en una gruta, donde su madre lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. José esperaría afuera de la gruta; no era permitido a los varones judíos estar presentes en un parto.

Así es como nace el amor. Andas lejos de tu tierra, terminas en el sitio equivocado, y cuando te quedas a solas, en la oscuridad, descubres a Dios en tu regazo.

No salió la noticia en los periódicos. Un ángel inquieto, seguido por muchos ángeles más, fue a anunciarlo a unos pastores en medio de la noche.

Y también de noche alzaron los magos la mirada hacia las estrellas, y leyeron en ellas el nacimiento de Jesús. También ellos dejaron atrás su tierra y marcharon en busca de esa gruta donde dormía en silencio, acostado en un pesebre, el amor.

Y el Verbo de Dios se hizo niño
y lloró entre nosotros, porque tenía hambre.

-La gran paradoja –dijo el mago- es tener que contar la historia de un Dios niño, con palabras inventadas por adultos.

Caminábamos junto al mar. Nos habíamos encontrado unas horas antes, y habíamos decidido perder el rumbo para charlar por las orillas sobre cosas de niños y universos.

Nos sentamos en una loma, de cara al horizonte marino. Una tormenta se acercaba. Una barca se hallaba encallada en la arena.

-¿Por qué un mago…? –le pregunté; hacía tiempo quería hacerle esa pregunta-. ¿Qué hace un mago en la Biblia? Después de todo, el Antiguo Testamento prohíbe rotundamente la magia…

-Subamos a bordo de esa barca –me dijo por respuesta; y remamos mar adentro.

Llovió durante cuarenta días con sus noches.

Y el mago me habló de Ur de los Caldeos, la tierra de la que salió Abrahán.

Hubo en Ur un diluvio, hace miles de años. No sabemos cómo fue, pero sabemos que las aguas cubrieron la tierra y ahogaron a casi todos sus habitantes, arrasando no solo con su vida sino también con su manera de vivir.

Cuando en el relato de la Creación se habla de que se reunieron las aguas en un solo lugar y apareció lo seco, podría referirse al origen de esa tierra que vio nacer a Abrahán. Al principio el valle del Éufrates no era más que un enorme pantano; conforme las aguas de los ríos fueron definiendo su cauce, aparecieron en la región fértiles islas en las que se asentaron las poblaciones.

Estos descubrimientos los debemos en gran parte al arqueólogo británico Leonard Woolley, cuyas excavaciones entre 1922 y 1934 arrojaron mucha luz sobre el misterio de los orígenes de estas tierras. En su excelente libro “Ur, la ciudad de los caldeos” concluye:

“El descubrimiento de la existencia de una inundación real que dio origen a las dos leyendas del Diluvio, la sumeria y la hebrea, no confirma desde luego ni un solo detalle de ninguna de ellas. Este diluvio no fue universal, sino simplemente un desastre local restringido al valle inferior del Tigris y el Éufrates, que afectó a una superficie de unos 650 kilómetros de largo y 150 kilómetros de ancho; mas para los habitantes del valle esto era todo el universo”.

Y es a esto a lo que el mago quería llegar, en su relato. Me dijo:

-El relato de Noé y el diluvio, lleno de hermosas enseñanzas de Dios, está construido sobre una antigua leyenda que nació precisamente en la tierra de la que salió Abrahán. Es muy posible que el mismo Abrahán conociera esa leyenda, y la narrara a los suyos; y así de generación en generación, hasta que en su momento sirvió de base para decir algo importante sobre Dios.

-Pero entonces –pregunté-, ¿no fue universal el diluvio? ¿Fue solo una inundación local?

El mago me miró en silencio. La lluvia había cesado, pero aún densos nubarrones tenían al cielo prisionero. La barca se mecía con suavidad sobre las aguas. Una brisa hacía ondear los extraños ropajes del mago. Le miré también yo a él, en el mismo silencio. Miré el color tan extranjero de sus ojos, el contorno tan inusual de sus manos, y los adornos tan desconocidos para mí enclavados en su bastón; miré las increíbles escenas pintadas en su piel: criaturas nunca vistas surgían de las aguas profundas de su pecho, mientras las hierbas más exóticas trepaban por sus brazos y acariciaban la luna que reinaba en lo alto de su espalda.

Y rompiendo el silencio, como el andar de la barca que rompía suavemente el manto del agua, me contó su historia.


Historia del mago que llegó a Belén desde las afueras de Dios, guiado por una estrella en el cielo

Vivo en las afueras de Dios. Esta expresión, las afueras de Dios, la tomo prestada del escritor Antonio Gala; define como ninguna otra el sitio del que vengo.

El relato del diluvio es perfecto para explicar qué son estas afueras de Dios. En realidad Dios no tiene afueras. Las afueras se las atribuimos nosotros, que a veces queremos que Dios sea más pequeño y local. Muchas veces, aunque no nos damos cuenta, nos molesta el “nuestro” del “Padre”, y queremos que el Padre lo sea solo de algunos, y que otros se queden por fuera.

Esto le pasó al pueblo que vivió el diluvio. Me preguntas si el diluvio fue universal o local… mi respuesta es: fue ambas cosas. Local, porque en efecto inundó solo esa región en que aquel pueblo vivía. Pero también universal, pues esa región lo era todo para ellos. Para ellos no existía nada más allá del horizonte. Cuando las aguas cubrieron sus chozas de barro, podemos perfectamente decir que todo su universo quedó sumergido bajo esas aguas. Todo lo que existía para ellos terminó en ese momento, salvo algunos cuantos que sobrevivieron. El mundo, su mundo ya no fue igual, y una nueva vida comenzó que tenía muy poco que ver con todo lo que habían vivido antes.

Lo mismo pasa con el pueblo de Dios. Cuando Abrahán dejó atrás su tierra, cuando Abrahán tomó a los suyos y se marchó de Ur para nunca volver, en ese momento Ur pasó a ser parte de las afueras de Dios. Todo lo que quedó atrás en oriente, más allá de la tierra que el pueblo de Dios conoció, simplemente no existía para ellos; no era parte del universo que ellos conocían. De igual manera que no sabían de la existencia de un mundo más allá de occidente, al otro lado del mar.

Yo soy parte de ese mundo desconocido. Yo vengo de esas afueras de Dios, de esas tierras lejanas y misteriosas que existen más allá del horizonte, más allá de donde nace el sol. Yo vengo de una tierra donde llamamos a Dios con otro nombre, y le vemos navegar todas las noches atravesando las aguas oscuras del cielo, a bordo de la barca delgada y pálida de la luna. Yo vengo de donde hemos aprendido a escuchar la voz de Dios en otros lenguajes, y por eso es una estrella la que nos ha anunciado su nacimiento. Pues los magos de oriente entendemos el lenguaje de las estrellas, igual que los pastores pudieron entender el lenguaje de los ángeles de Dios.

También los magos tenemos afueras. También los magos crecimos sin saber ver más allá del horizonte en que se nos moría el sol al caer la noche. Cuando descubrimos en el cielo la estrella del Mesías, no todos lo entendimos igual. Hemos dejado nuestra tierra y hemos venido en pos de la estrella, y hemos entendido poco a poco lo que esa estrella nos quiere decir. Cuando, ya peregrino, escuché por primera vez en estas tierras la expresión Altísimo, no pude evitar sonreír con emoción; un Dios más alto que las estrellas… también allá arriba, en el firmamento, se nos ocultaba otro universo más allá de la estrella que nos guiaba; también en el cielo teníamos afueras de Dios.

Todos tenemos afueras de Dios. Siempre, en cada uno de nosotros, hay algo cuya existencia ni siquiera sospechamos, algo que está más allá de nuestro horizonte, más allá de donde alcanza la mirada de nuestra alma. Y cuando Dios nace, como lo hizo aquella noche en Belén, una estrella va a brillar en la lejanía, en esas afueras. Algo se va a remover en nuestro cielo, algo que nos va a sacar de nuestra tierra y nos va a empujar hacia lo desconocido. Algo nos va a tomar de la mano y nos va a guiar más allá de nuestro sofá… hacia las afueras de Dios. Donde, paradójicamente, nos espera un Dios verdadero, más verdadero que el que hasta hoy hemos conocido, y que nace en el silencio y en la noche, donde menos lo esperamos.

Por eso los magos. Por eso, cuando Dios nace nos busca en las afueras de nosotros mismos. Donde están ocultos tesoros que, aunque lejanos, en el fondo nos pertenecen.

Por eso también los pastores. Lo mismo que tenemos afueras, también tenemos algo muy adentro de nosotros, de lo que nos avergonzamos. Los pastores, pobres sin tierra, nómadas en un mundo sedentario, con fama de pecadores, que dormían en la intemperie, durante la noche… eran la vergüenza del pueblo de Dios. Por eso Caín mató a Abel; por eso el agricultor sedentario mató al nómada pastor. Todos llevamos en el alma ese hombre sedentario, cómodo y civilizado, de buen vestir y buen comer, que se avergüenza de ese nómada inquieto, pobre y embrutecido por el frío que lleva dentro; y le esconde y le mata, para que no le estorbe en su cómoda vida sedentaria.

Cuando Dios nace, nace como un niño pequeño, como una insignificante semilla, oculto en una cueva de nuestra alma, pues si en nosotros busca posada no se la damos. Y cuando ha nacido no aparece en nuestros noticieros, llenos de noticias que no necesitamos escuchar; se anuncia en nuestros pastores, peregrinos pobres e inquietos que en el fondo somos… y se anuncia en nuestros magos, en nuestras afueras, en todo aquello que hay más allá del alcance de nuestra mirada… y que nunca creímos, ni sospechamos, que podía ser nuestro.


“Hoy el mago encuentra llorando en la cuna a aquél que, resplandeciente, buscaba en las estrellas… Hoy el mago discierne con profundo asombro lo que allí contempla: el Cielo en la tierra, la tierra en el Cielo; el hombre en Dios, y Dios en el hombre; y a aquel que no puede ser encerrado en todo el universo incluido en un cuerpo de niño. Y, viendo, cree y no duda; y lo proclama con sus dones místicos: el incienso para Dios, el oro para el Rey, y la mirra para el que morirá”.
San Pedro Crisólogo


Juan 1,14; 3,16. Lucas 1,37. Génesis 7.

Piedras celtas en el Camino de Santiago. Boceto de Ana Trejos. 2009.

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